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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

De Rodillas

Capítulo 6

 

Le di a Potter las coordenadas como mejor las pude recordar y ambos aterrizamos con fuerza en un campo que no quedaba lejos del castillo. Estoy seguro de que en el siglo XV cuando el castillo fue construido, no estaba sólo a la última moda, sino que era malditamente inexpugnable. El sello característico de los Malfoy. En el momento presente, tres de las cinco torres presentaban diferentes estados de desintegración y la mitad de las ventanas no existían. El sol ya había salido, por lo que, sí, el pasto ya no estaba empapado; sin embargo, estaba jodidamente frío. Frío que se incrementaba por culpa del horrible viento que soplaba a través del campo. Viendo lo altas que estaban las hierbas, era una bendición que esa mañana no hubieran estado completamente mojadas. Potter y yo nos habríamos empapado hasta la médula antes de llegar a la mitad del camino a la verja si hubiéramos caminado a través de todos esos arbustos enormes para llegar al castillo.

 

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Potter, las primeras palabras que salían de su boca desde que habíamos aterrizado en Francia.

 

Tenía que admitir que el edificio lucía deshabitado. No salía humo de ninguna de sus numerosas chimeneas y la verja se sostenía sólo con la mitad de sus goznes.

 

—Sí, yo aprendí a volar en escoba en estos campos. Cuando era niño pasábamos aquí varias semanas de cada verano.

 

Potter miró el castillo despedazado y luego se giró hacia mí.

 

—Seguramente se mantenía en pie gracias a la magia. Vamos. —Le hice una seña para que me siguiera, impaciente—. Cuando mi padre murió, todo se debe haber revertido a su estado original…

 

Potter y yo nos llevamos una mano a la garganta al mismo tiempo. Una protección comenzó a sacarnos el aliento, a ahogarnos. Tiré de Potter hacia atrás antes de que se asfixiara.

 

Cuando ambos dejamos de jadear en búsqueda de aliento, Potter gruñó:

 

—Sí, yo diría que este es el sitio correcto. Las protecciones mortales son el primer indicio.

 

Teníamos un problema. Yo no podía quitar las protecciones sin mi varita –Ron Weasley, espero que te pudras en el infierno- y no podíamos entrar si no las desactivaba.

 

—Potter, necesito tu varita. —Lo interrumpí antes de que comenzara a protestar—: Agradécele a tu mejor amigo de mi parte. Creí que yo tendría paso libre, pero ahora veo que no. No sé por qué, pero pienso que un encantamiento para afeitar no va a funcionar contra estas protecciones. Y cuando digo "protecciones", justo a eso me refiero. Ésta es sólo la primera. Si la memoria no me falla, las enredaderas que te aplastan hasta sacarte la sangre por cada poro es la que sigue, y luego vendrán los girasoles carnívoros, y una vez que consigamos pasar por la verja, están los machetes que se lanzan directo contra tus rótulas. Podemos perder más de cuatro horas tratando de romperlas y fallando en el intento, o puedes prestarme tu varita porque yo sé cómo desactivarlas.

 

Potter parpadeó y acercó la varita más hacia su costado.

 

Cerré los ojos y tendí mi mano hacia él. No podía mirarlo. No podía verlo mientras debatía mentalmente las posibilidades de que eso fuera una trampa o una petición sincera. Yo estaba a punto de suplicarle cuando sentí madera deslizándose contra mi palma. Cerré los dedos a su alrededor. Una varita de verdad. Por primera vez en cinco años, yo estaba aferrando una varita de verdad. Agaché la cabeza para esconder mi enorme sonrisa de idiota.

 

La agité. Peleó contra mí, como si estuviera haciendo un puchero, pero entonces se quedó quieta. Transformé la hoja de un árbol en una taza y luego la regresé a su estado normal. La varita de Potter refunfuñó durante todo el proceso, pero hizo lo que le indiqué.

 

—¿Funcionará?

 

Asentí y entonces le advertí:

 

—Quédate cerca de mí. No eres un Malfoy y el castillo lo reconocerá. Si las protecciones comienzan a atacarte, te arrojaré tu varita y me arriesgaré a pasar así. Tú te desaparecerás lejos de aquí, ¿comprendes?

 

Potter se quedó mirándome durante un segundo, se inclinó hacia mí y me dio un beso en la frente antes de alejarse.

 

—¿Qué?

 

Él negó con la cabeza y se movió hacia mí para indicarme que siguiéramos adelante.

 

—¿Qué les sucede a los muggles cuando se aventuran muy cerca?

 

—Algo relativamente inocuo: sufren de una violenta diarrea. Creo. La casa más cercana está al menos a dos kilómetros de distancia de aquí. Mi padre tenía un sentido del humor bastante retorcido.

 

Eso tenía el potencial de convertirse en un verdadero lío. Yo no había hecho magia de verdad en cinco años. Interesantemente, mientras que la varita de Potter había hecho un berrinche para obedecer los encantamientos infantiles, desactivó las protecciones como si hubiera sido un cuchillo caliente cortando mantequilla. Pasamos por la verja y llegamos hasta la enorme puerta principal en menos de diez minutos. Finalmente, conjuré un Alohomora y la puerta se abrió con un rechinido. Apreté la varita una última vez y se la regresé a Potter.

 

Él me obsequió esa sonrisa tímida que siempre llegaba directo hasta mi polla.

 

—Gracias.

 

Moví la mano restándole importancia y crucé el umbral.

 

—¡Madre! —grité, zigzagueando por todo el lugar, gritando en cada puerta abierta.

 

Una elfina doméstica se apareció en el salón, cogiéndome a medio grito y haciéndome callar.

 

Lindy. Era la elfina de mi madre. Antes de que pudiera abrir la boca, ella comenzó a sollozar.

 

—Amo Draco, mi ama. Amo Draco, mi ama —una y otra vez, retorciéndose las manos en la más profunda desesperación.

 

Comencé a perder el control. Ni siquiera sabía si estaba de pie, o en el suelo, o con el culo en el piso.

 

De fondo escuchaba el murmullo bajo de la voz de Potter y la aguda de Lindy chillando, pero a quién demonios le importaba lo que estaban diciendo porque el dolor era insoportable. Absolutamente insoportable.

 

Entonces, una mano me sacudió.

 

—Malfoy, tu madre está arriba, en su cuarto.

 

Me desprendí de su agarre y salté escaleras arriba. Ya pagaría por eso más tarde, pero en ese momento no me importó una mierda. Corrí por el corredor hacia el ala sur del castillo, y abrí la puerta de su cuarto. La música llenó el corredor con el monótono un-dos-tres característico de un vals vienés.

 

Mi madre estaba bailando, ella sola, con una botella de ginebra en una mano, y la otra mano sostenida en alto y ligeramente encorvada, como si estuviera haciendo una pantomima grotesca donde danzaba con un compañero invisible y tuviera esa mano posada en su hombro.

 

Potter llegó hasta mi lado y me colocó una mano firme sobre el hombro, reteniéndome.

 

—Espera —susurró.

 

Mientras el vals continuaba escuchándose, traté de no hacer arcadas ante la insoportable peste a ginebra derramada y a rosas podridas que emanaba de esa habitación. En la última nota de la canción, conseguí librarme del agarre de Potter. Mi madre soltó una risa profunda y dijo en tono coqueto:

 

—Oh, Luciush, eres tan grashcioso, mi amor. ¿Un baile másh? Déjame tomar mi…

 

Se movió entre y alrededor de los muebles, claramente buscando algo, cuando me vio.

 

—¿Draco?

 

Quería correr hacia ella, quería abrazarla, quería…

 

—¿Hash vishto mi varita por algún lado? —me preguntó en tono casual, como si yo hubiera salido de aquel cuarto sólo durante cinco minutos y no hacía más de cinco años.

 

Me quedé parado ahí, impactado. Mi boca debió de haber estado muy abierta porque ella comenzó a regañarme.

 

—Draco, no me miresh como shi essshtuvieras tonto. ¿Puedesh encontrar mi varita? Lindy me la eshconde. Lo niega, pero luego yo la veo golpeándoshe la cabeza contra… contra la chimenea, por esho yo shé que es mentira. Shé un buen chico y encuéntrala para tu madre. Tu padre y yo queremosh bailar otra piezha.

 

De nuevo comenzó a dar tumbos por toda la habitación, pasando las manos por encima de la superficie de las mesas, tirando al suelo floreros llenos de flores marchitas, caminando entre la porcelana quebrada y canturreando fragmentos del "Vals del Emperador" entre murmuraciones de "Yo shé que la pusse en algún lado, dónde, darum-darum-dum-dum. En la cama, ¿tal vezh?"

 

Si no hubiera sido por Potter eso podría haber durado dios sabe cuánto porque yo estaba tan horrorizado que me sentía prácticamente paralizado. Potter dio un paso dentro de la brillante luz de la habitación y dijo:

 

—Señora Malfoy.

 

Mi madre se congeló y se giró lentamente. Yo no tenía idea si ella había decidido que Potter era sólo una nueva fantasía o si consentía un efímera trozo de realidad.

 

—Sheñor Potter. ¿Cómo eshtá usted? Se cashó con la chica Weashley. Felicidadeshh. —Mi madre inclinó un poco la cabeza hacia Potter con algo de aquella gracia usual en ella. Yo había estado tan impactado que no había notado que su anteriormente cabello rubio claro, ahora estaba completamente blanco. Cuando era niño solía creer que su cabello estaba hecho de polvo de estrellas. Pero en ese momento me pregunté si estaba hecho de cenizas.

 

—Estoy muy bien, gracias —respondió Potter. Comenzó a caminar hacia mi madre muy lentamente—. Estábamos preocupados por usted—. Se acercó un poco más—. Es que, ¿sabe? No le escribió usted a Draco.

 

—Oh, ¿no lo hice? —Frunció el ceño y se giró a verme—. ¿Qué día esh hoy?

 

—Domingo —dije en voz alta para atraer su atención hacia mí mientras Potter se acercaba poco a poco.

 

—Me dishculpo por esho, cariño. —Levantó una mano y me pellizcó el lóbulo de la oreja. Frunció más el ceño—. Estásh terriblemente delgado —me amonestó—. No te queda bien eshtar tan delgado. Tu barbilla ya esh lo suficientemente afilada por shí shola. Como shea, tu padre y yo estábamosh celebrando nueshtro aniversario de bodas y perdimos la noción del tiempo. Veinticuatro añosh, Draco. —Echó un vistazo lleno de cariño hacia su anillo de bodas.

 

—Maravilloso —dije con voz ronca. Potter la había rodeado y estaba acercándose desde atrás, estaba casi junto a ella…

Mi madre se inclinó hacia mí –respiré profundamente y lo capté; la ginebra que despedía su aliento era suficiente como para provocar burbujas en la pintura. Me dijo en voz baja:

 

—Shabesh que tu padre odia a Harry Potter. Lo odia. Muéstrale la shalida antes de que tu padre regreshe. Nos ayudó mucho aquella noche, pero tu padre le guarda musho…

 

Potter tocó su cabeza con la punta de su varita y mi madre colapsó entre sus brazos.

 


 

Me senté en una silla junto a una de las ventanas y la acuné entre mis brazos. Casi no pesaba nada; sus muñecas eran tan delgadas como las de un niño. Potter y Lindy ordenaron la habitación. Repararon los floreros y los llenaron con rosas frescas, las blancas con el centro rosa de tallo largo que eran las favoritas de mi madre. Cambiaron la ropa de la cama, desempolvaron los muebles y cinco escobas barrieron el suelo trabajando con furia.

 

—¿Mi madre está comiendo, Lindy? —pregunté después de que Lindy hubiera terminado de colocar el cobertor de la cama con sus arrugadas manos.

 

—Cada vez menos, amo Draco. —Una lágrima resbalo por la mejilla de Lindy. Ella había estado con mi madre toda su vida—. Le suplico que coma, usted debe creerme, pero la ama no escucha a la pobre Lindy.

 

Se quedó parada ahí, tan pequeña e impotente, tratando de defenderse de la obvia locura de mi madre. O de su alcoholismo. O de ambos.

 

—Está bien. No es culpa tuya. —Traté de sonreír, pero mi sonrisa debió haber parecido más como una mueca, porque Lindy comenzó a llorar otra vez—. Nada de lágrimas —la amonesté—. El señor Potter, aquí presente, es un sanador y va a ayudarla. ¿Podrías decirle a los elfos de la cocina que nos preparen un desayuno caliente con mucha avena, salchichas y suficiente té recién hecho?

 

—Sí, amo Draco. Lindy se hará cargo de que usted y el señor Potter tengan el más maravilloso desayuno. —Con una reverencia y lanzándole una última mirada preocupada a mi madre, la elfina se desapareció del cuarto.

 

—Gracias a dios se ha ido —murmuré.

 

—Yo también me ponía así con Dobby —dijo Potter con tono comprensivo—. Pero ahora que está muerto, me siento culpable de haberme portado tan desagradable con él.

 

—Aunque no te hubieras portado así, de todas formas te sentirías culpable —espeté—. ¿Puedes levitar a mi madre hasta la cama? Seguramente pesa menos de cuarenta kilos, pero aun así no creo poder levantarme con ella en brazos. Me lastimé las rodillas corriendo por el pasillo.

 

—Claro. Te veré a ti después de que la revise a ella. No podía creer lo rápido que te movías.

 

—Cuando la necesidad aprieta… —Gemí de alivio cuando Potter levitó a mi madre hacia su cama—. ¿Puedes aplicarle un fregoteo a su túnica? Huele a ginebra de hace una semana.

 

Potter asintió y comenzó a recorrer el cuerpo de mi madre con su varita.

 

—¿Cuánto tiempo estará inconsciente?

 

—Tanto como yo quiera —dijo con algo de aspereza.

 

Lentamente, caminé hacia la cama. Antes de caer yo en prisión, mi madre podría haber pasado por una mujer en sus treinta. Ahora, ella parecía como si estuviera por cumplir sesenta. Tomé un cepillo de su tocador y comencé a desbaratarle los nudos que tenía en el cabello. Si no hacía algo, me volvería loco. Una inmutable verdad fue la que me hizo salir adelante en Azkaban: cuando estuviera libre, podría reposar mi cabeza en el hombro de mi madre y simplemente colapsar, volver a ser el hijo joven e inocente otra vez. Ahora todo eso era una gran falsedad. Sin dejarme caer para llorar y lamentarme en una bien merecida autocompasión. Sin dejarla a ella levantarme a pedazos del suelo como lo había hecho durante aquel terrible año cuando nuestro mundo comenzó a hacerse trizas. Cuando Voldemort rompió a mi padre y lo humilló día tras día. Cuando nos dábamos las buenas noches sin saber si ésa era el último ocaso que alguno de nosotros tres podría ver. Bastaba que mi madre arqueara una ceja o te tocara con un dedo para transmitirte su mensaje. Sobreviviremos. Yo estoy aquí.

 

Pero ya no estaba "aquí". Estaba en algún país de la bendita ignorancia,

acompañando a mi padre muerto, celebrando su aniversario de bodas y ahogándose en un mar de licor. Y mientras yo había estado diciéndome a mí mismo durante los últimos cinco años "Sobreviviremos", no me di cuenta de que lo que realmente quería era que ella asumiera toda la responsabilidad otra vez. Estaba tan cansado de ser un campeón del destino. Estaba tan cansado. Pero la necesidad aprieta, maldita sea. Mi madre me lo dijo, para mí, muchas veces. Ahora yo necesitaba decirlo para los dos.

 

—Malfoy.

 

Levanté la mirada hacia Potter. Estaba apretando el cepillo entre mis manos, y el cabello de mi madre estaba tan cepillado que brillaba. Potter me lo quitó y lo colocó en la mesita de noche.

 

—No puedo hacer más hasta haber comido algo y dormido un poco. Tu madre está bien por ahora.

 

Tomamos nuestro desayuno en un saloncito que estaba en ese mismo piso, desde donde yo podría escuchar a mi madre si me llamaba. Los recuerdos de haber desayunado en la mesa de seis metros de largo que estaba en el gran comedor parecían ridículos, a pesar de que habíamos hecho eso algunas de esas mañanas de verano cuando yo era un niño y nunca me había parado a pensarlo dos veces.

 

No fue hasta que llegamos a nuestra tercera taza de té cuando pregunté.

 

—¿Está loca o sólo estaba ebria?

 

—Creo que fue víctima de una psicosis provocada por el alcohol y la malnutrición. Limpiaré su sistema de las toxinas. Necesita descansar hasta que se le pase la intoxicación alcohólica y haga unas buenas comidas.

 

—¿Ha estado bebiendo durante mucho tiempo?

 

—Yo diría que por varios días y en grandes cantidades.

 

Mi elegante y hermosa madre bebiendo ginebra directamente de la botella.

 

—¿Va a ponerse bien?

 

Potter dudó.

 

—Sólo dilo, Potter, por amor de dios.

 

—Creo que sí. Su hígado está en buena forma, así que no ha estado haciendo esto durante mucho tiempo. Tal vez por el aniversario, ¿no?

 

Asentí.

 

—Sé que no lo comprendes, pero mis padres se amaban el uno al otro. Aun después de que fue la estupidez y la arrogancia de mi padre lo que destruyó nuestras vidas, mi madre lo seguía amando. Y cuando mi padre se ahorcó… —Puse mi taza sobre la mesa porque mis manos comenzaron a temblar violentamente. Potter me las cubrió con las suyas.

 

—Necesitamos dormir. ¿Algún cuarto donde podamos tomar una siesta?

 

Los elfos, en anticipación de unos visitantes que nunca se materializarían, habían mantenido las habitaciones listas en esa torre. Las sábanas estaban limpias, aun si el cuarto no parecía haber sentido el calor de un fuego en su chimenea por más de diez años. Potter y yo podíamos ver nuestro aliento. Nos metimos a rastras debajo de un cobertor elaboradamente bordado, el tipo de cosas que los franceses insisten en tener porque son hermosas. Afortunadamente, mi madre, práctica inglesa, también había dotado las camas con mantas de gruesa lana. Potter y yo no nos molestamos en desvestirnos. Él encendió un fuego, me abrazó fuertemente y comenzó a roncar casi de inmediato. Yo me quedé acostado ahí sin poder dormir durante mucho tiempo más, tratando de recordar cómo se veía mi madre cuando yo era un niño. Y aunque podía recordar su cara, no pude visualizarla si no era con el cabello completamente blanco.

 


 

Me desperté y estaba solo. El lugar junto al mío estaba helado; Potter se había levantado ya desde hacía rato. Conforme me acercaba al cuarto de mi madre, pude escuchar el timbre bajo de la voz de Potter canturreando algo en latín, algo diferente a cualquier encantamiento que yo hubiera escuchado antes. Asomé mi cabeza a través de la puerta con la intención de preguntarle si necesitaba ayuda. Potter tenía una mano extendida encima del pecho de mi madre, justo sobre su corazón, y con la otra sostenía la varita. Dos rayos de luz emanaban de ésta: una luz amarilla y cálida, y otra, oscura y fea. Potter estaba parado rígidamente y tenía los ojos fuertemente cerrados, como si estuviera en medio de algún dolor. El canturreo fue disminuyendo hasta ser sólo un susurro, y luego se quedó en silencio a pesar de que yo podía ver que continuaba moviendo los labios.

 

Eso siguió durante otros cinco minutos más y entonces Potter colapsó encima de mi madre.

 

Usé su varita para levitarlo de regreso a nuestro cuarto, y luego regresé a ver cómo estaba ella.

 

Su cabello continuaba siendo blanco, pero el color de su piel estaba más o menos de una tonalidad más normal, un tono que envidiaba al rubor lechoso de los ingleses. Tiré del cobertor para cubrirla hasta los hombros, y entonces despertó.

 

—¿Realmente eres tú? —preguntó con asombro—. Creí…

 

La abracé con fuerza.

 

Mi madre comenzó a llorar.

 

—Traté con todas mis fuerzas, Draco —gritaba entre sus desgarradores lamentos—. Pero a veces finjo que todos estamos juntos de nuevo y… y… tu padre… está tan joven y tan bello y los dos estamos tan enamorados. Y tú, mi querido hijo… Estoy tan orgullosa de ti… Pero a veces no puedo fingir y es tan horrible que yo… que yo…

 

—Shhh. —La acuné entre mis brazos—. Todo está bien.

 

—No, nada está bien. Nunca lo estará. Lo amaba tanto, Draco.

 

—Lo sé; yo también lo amaba. —No podía seguir escuchando eso—. Ahora, duérmete. Desmaius.

 

Nunca antes había visto a mi madre llorar.

 


 

Tomé a Potter de la mano mientras dormía, observando su cara perder lentamente la palidez mortal conforme transcurrían los minutos. Despertó tres horas después, luciendo como si no hubiera dormido en una semana.

 

—¿Y tu madre? —susurró, como si el simple hecho de hablar fuera un esfuerzo que no pudiera lograr.

 

—Está bien. Justo la acabo de revisar.

 

El fantasma de una sonrisa apareció en su cara.

 

—Sanas a la gente transfiriéndoles tu energía vital, ¿verdad?

 

Potter estaba demasiado cansado para hablar, pero apretó levemente mis dedos.

 

—Y te tragas su muerte. Comes muerte. Harry Potter es un mortífago.

 

En algún momento pasado de mi vida tal vez habría sentido una tremenda satisfacción al decir eso. ¿Pero ahora? Tenía que hacer todo mi esfuerzo para no vomitar.

 

Eso lo despertó. Sus ojos se abrieron enormes.

 

—¡No! —gritó con voz ronca.

 

—¡Te vi! No te molestes en negarlo. Estabas absorbiendo su muerte. Pude verla en ti. Ahora comprendo por qué todo el tiempo pareces tan cansado.

 

—No es lo mismo. —Luchó por levantarse. Lo empujé para volver a acostarlo en la cama.

 

—No seas estúpido. Quédate acostado y recupérate lo más que puedas. Tenemos que aparecernos de regreso en Inglaterra mañana a más tardar o ambos estaremos en Azkaban el martes por la mañana. Sí, soy plenamente consciente del sacrificio que estás haciendo por mí, y que me parta un rayo si sé qué hacer contigo. No sé si besarte o golpearte hasta matarte.

 

Potter se quedó acostado sin moverse.

 

—¿Hiciste eso mismo en mí? —le pregunté.

 

—No, tú no estabas muriéndote —respondió.

 

—Entonces, ella sí estaba muriendo.

 

—Sí. Tenía un grave desequilibrio electrolítico que…

 

—Cállate. Te creo. Dijiste que su hígado estaba bien. ¿Eso fue mentira?

 

Después de un minuto, negó con la cabeza.

 

Me subí a la cama y me acosté a su lado, abrazándolo desde atrás, apretándolo muy fuerte. A la inversa de nuestra posición habitual.

 

—Escúchame bien, Harry Potter. Tienes que dejar de hacer esto. No puedes jugar a que eres dios. Sana a aquellos que puedas sanar, y a aquellos que no, déjalos partir. Y no me vengas con uno de tus seis discursos diferentes acerca de cómo no fuiste capaz de salvar a los que murieron en la guerra y que esta es una manera de reparar aquellas pérdidas. —Potter se tensó ante eso. Yo había dado en el blanco—. ¿Necesito evocar el nombre del último mago que trató de engañar a la muerte? ¿Y recordarte que fue lo que pasó cuando lo hizo?

 

Potter trató de girarse para encararme, pero no tuvo la energía para hacerlo.

 

—Esto no es como lo que hizo él —protestó con un miligramo de energía.

 

Puse mi mano sobre su corazón. Grandísimo insensato. No podía evitar amarlo por eso y maldecirlo por su estupidez.

 

—Sí, sí lo es. Es jugar a ser dios. Es demasiado parecido como para discutirlo. ¿Alguien más sabe que haces esto? ¿Aparte de mí?

 

—Tal vez algunos en San Mungo. Aparte de ellos, nadie más —murmuró.

 

Idiotas. Malditos idiotas. Sabían lo que Potter hacía y no trataban de detenerlo. Lo abracé más fuerte.

 

—Te diré qué es lo que va a pasar. Tu habilidad para salvar a la gente que está al borde de la muerte se hará del conocimiento público, si no es que lo ha hecho ya. Un sanador le contará a su esposa, otra se lo dirá a su esposo, y entonces esa información comenzará a regarse. La gente lo sabrá. El ministro lo sabrá. Te halagarán, te convencerán con zalamerías y luego, te pedirán que salves a Fulanito, y luego, a Menganito. Y muy pronto, todo el mundo te pedirá que salves a todo el mundo.

 

Esperé por alguna reacción de su parte. Pero no dijo nada.

 

—El ministro decidirá a quien debes salvar y a quien no. Asumiendo que tú todavía continúes con vida en ese punto, porque he visto lo que esa cosa te hace. Casi te mata, ¿no es cierto? —No me respondió nada, lo que quería decir que yo tenía razón—. Si no aceptas lo que te pidan, presionarán a tus amigos. Si tienes hijos y si la gente está lo suficientemente desesperada y tú eres lo suficientemente terco, y ambos sabemos lo terco que puedes llegar a ser, puede que esa gente los use para chantajearte. Secuestrándolos o qué se yo. O tomando a tus amigos como rehenes. Te obligarán a jugar a ser dios hasta que eso te mate. —Estaba levantando la voz, más y más, y me atrevería a decir que parecía más como si estuviese gritando y no hablando—. Porque he visto lo seductor que puede ser jugar a ser dios, y la gente jugará a ser dios por medio de ti. Y te obligarán a jugar a ser dios hasta que hayas consumido tanta muerte que termine matándote. ¡Tienes que parar! ¡Tienes que dejar que la vida y la muerte sigan su curso natural!

 

Tres minutos más tarde, Potter comenzó a llorar. Sin hacer ruido porque no tenía la energía para nada más.

 

—Ella… tu madre… habría muerto —dijo entre lágrimas.

 

—Lo sé —dije entre las mías.

 

Más tarde nos quedamos dormidos. Cuando desperté, Potter estaba observándome. El fuego iluminaba la habitación, y el color de su tez se veía mucho mejor a pesar de que sus ojos continuaban estando rojos e hinchados.

 

Movió los labios. "Gracias", dijo sin emitir sonido alguno.

 

Pasé mis manos a través de su cabello.

 

—De nada. Aparte del demencial peligro en el que estarían tú y tus amigos si continúas jugando a ser dios, el mundo mágico ha abusado de ti, cobrándote con creces el simple acto de vivir. Has sacrificado a tu familia y tu juventud por el bien de los demás; creo que ya es más que suficiente.

 

—Sí —accedió y suspiró—. ¿Sabes? Estamos a mano otra vez. Te salvé del cabrón molesto de Smith, y tú me salvaste de otro encuentro de martirio arrasador potencialmente fatal.

 

—¿A mano? No seas ridículo, Potter. Lo peor que me podía haber pasado si me hubiera acostado con Smith, hubiera sido sufrir un caso grave de ladillas. Compáralo a ti coqueteando otra vez con el suicidio. Necesitamos regresar a Inglaterra. ¿Crees que puedes lograrlo?

 

La luna comenzaba a salir ya. Sería mejor si conseguíamos hacerlo de noche. Potter asintió.

 

—Me despediré de mi madre y le daré instrucciones a Lindy para que me mande una lechuza en caso de que ella comience a beber otra vez, y entonces podremos desaparecernos. Tenemos seis noches antes de que tu esposa regrese. Cuando no estemos trabajando o comiendo, nos dedicaremos a follar todo el tiempo. Vas a quedarte bizco por todos los orgasmos que voy a exprimirte.

 

Potter se rió y me besó, dándome uno de esos besos rudos que eran todo lengua y lastimaduras. Me soltó.

 

—Creo que me estoy enamorando de ti.

 

—No seas tonto.

 

Lo tomé de la mano izquierda y le di un beso a su anillo de bodas.

 


 

Una vez que nos aparecimos de regreso a Inglaterra, yo insistí en que me prometiera que dejaría de jugar a ser dios, y le creí. Gryffindors. Puedes apostar que su palabra vale oro.

 

Yo cumplí con mi palabra. Fuera del trabajo, los baños y de las comidas hechas a toda prisa, follamos cada minuto de nuestro tiempo libre; fueron los cinco días más felices de mi vida.

 

La noche del viernes todo se fue a la mierda.

 

Estaban esperándome apenas salí de la chimenea. Tres de ellos: Lavender Brown, Hugo Greengrass y una morena bajita con enormes ojos castaños y mandíbula cuadrada que yo conocía pero que no conseguía ubicar… Era esa… Mi buen dios, era la hermana de Daphne, Astoria. Había crecido y tenía una apariencia, bueno, muy determinada. En Hogwarts, Astoria había sido una niña insulsa siempre opacada por la sombra de su hermana mayor (¡tanto de edad como de estatura!). Cobró fama cuando transformó el cabello de Pansy en una revoltosa masa de babosas en venganza de algún insulto.

 

—A mi oficina, Draco —ladró Hugo Greengrass.

 

Sin esperar respuesta, se giró sobre sus talones y caminó en dirección a su oficina. No podía ver a Hugo Greengrass sin preguntarme si algún gigante no se habría colado en su árbol genealógico. Tenía que agachar la cabeza para mirarme, y yo me consideraba alto. Astoria apenas me llegaba al hombro. Seguro había sacado más de la señora Greengrass.

 

—Estás completamente jodido, Malfoy —me susurró Brown, el olor químico del desastroso permanente que se había hecho esa misma tarde, desentonando con el aroma de su empalagoso perfume.

 

Le hice una seña obscena con mi dedo.

 

Traté de mantenerme junto a ellos, pero no podía caminar así de rápido. Astoria bajó su velocidad para acompañarme, aunque no me dijo ni una sola palabra ni me dirigió ninguna mirada.

 

Su hermana Daphne había sido una de esas chicas grandes que escogen amigas pequeñas en lo que no es nada más que un ferviente masoquismo. Mientras que la figurita de muñeca de Pansy se quedaba así y sólo le brotaban enormes tetas y caderas, Daphne sólo aumentaba en estatura y en su forma redonda.

 

Así y toda la devoción que Daphne le profesaba, Pansy no era muy amable con ella. Sin importar cuántas veces Daphne le suplicó que dejara de hacerlo, Pansy insistía en llamarla con aquel horrible apodo que tenía de pequeña, "Reinita", como si la pobre fuera una perrita spaniel gruñona y malhumorada.

 

Y "Reinita" fue una de las chicas rebajadas y despreciadas por Pansy.

 

Para Pansy, tú eras un igual o un subordinado. Un subordinado de la más baja categoría. Por qué Daphne no la mando al infierno, sigue siendo un misterio. Yo tomé nota de que Daphne no era más que un imán para las humillaciones, y luego pasé a ignorarla. Pero, aparentemente Daphne estaba hecha de una pasta más dura de lo que yo hubiera creído, porque fue la única Slytherin que desafió abiertamente a Voldemort.

 

Cuando los otros tres estuvimos parados enfrente de su escritorio, Hugo tosió varias veces y jugueteó con su varita, pasándola a través de sus dedos en un tipo de tic nervioso, como si estuviera tratando de atrasar la reunión. Un "Padre" apenas audible sonó desde mi izquierda. Eso lo hizo reaccionar.

 

—Debes saber por qué estamos aquí, Draco.

 

Decidí tentar mi suerte hasta el final. Si iba a ser despedido, al menos lo iba a hacer con estilo.

 

—Lo siento. No tengo idea.

 

—No seas tan tímido —chilló Brown—. Has estado respondiendo a mis cartas. Escribiéndole a la gente las cosas más horribles. ¡En mi nombre!

 

Parecía inútil tratar de negarlo.

 

—Tienes razón. —Conté hasta tres—. Debí haber usado un alias —dije arrastrando las palabras. De nuevo conté hasta tres—. Nadie que te conozca podría haber creído que de pronto hubieras aprendido a expresarte tan bien.

 

Se abalanzó sobre mí dispuesta a rasguñarme. Afortunadamente, uno no ha tenido a Pansy Parkinson como mejor amiga sin aprender a defenderse de un ataque gatuno. Después de todo, no era en las manos donde tenía artritis, por lo que de un solo movimiento pude sostenerla de las muñecas y luego, arrojarla hacia atrás. El ruido que hizo al golpearse contra la pared fue música para mis oídos. Me giré para encarar al señor Greengrass.

 

—Señor, en mi defensa puedo decir que las respuestas de Lavender Brown son sólo frases trilladas y clichés, y en el mejor de los casos. Cualquier cosa más complicada que lo que hay que vestir para ir a una cita, está más allá de su capacidad. Su mal disimulada hostilidad hacia aquellos lectores que son de… —¿cómo podía decir eso sin provocar que se le cayeran los calzoncillos?—… gustos sexuales variados, la hace no apta…

 

—Serás cabrón —siseó Brown y de nuevo se habría lanzado en contra mía si no hubiera sido por la mirada asesina que le dirigió el señor Greengrass.

 

—De hecho, Lavender, el número de cartas que hemos recibido halagando tu trabajo ha aumentado un diez por ciento desde que Draco comenzó a responder la mayoría de las preguntas. Y eso sin contar que sus respuestas ni siquiera aparecen en la edición del periódico. La pregunta aquí es: si Draco está escribiendo la mayoría de las cartas, ¿qué es lo que haces tú durante todo el día? Estamos ante un cambio en nuestros recursos humanos.

 

Brown era tonta, pero no tanto como para no darse cuenta de que estaban a punto de ponerla de patitas en la calle.

 

—Astoria y yo hemos tomado la decisión de poner a Draco al frente de la sección de consultas sentimentales. Tú estarás a cargo de una nueva sección semanal de belleza. —Tal vez su primera columna podría tratar de qué hacer cuando las permanentes te quedan mal—. ¿Cuento con su aprobación para el cambio?

 

Se dirigió a los dos. Naturalmente, yo dije sí porque "¿por qué no?". Ella dijo que sí porque no le quedaba más remedio.

 

—Bien. ¿Hablamos sobre tu nueva columna? —le dijo Hugo a Lavender. Sin molestarse en esperar respuesta de su parte, porque en realidad no era una petición, Hugo se giró hacia su hija y dijo—: ¿Astoria?

 

—Sí, padre. Ven, Draco.

 

La seguí fuera de la oficina con algo de renuencia. Hubiera querido escuchar a Lavender siendo exprimida de ahí hasta Cardiff. No caminamos mucho. La oficina de Astoria estaba sólo a un par de puertas de la de su padre, y era mucho más grande y estaba mejor amueblada que la del hombre. Aparentemente, yo estaba ante la heredera.

 

Tan pronto como entramos, ella cerró la puerta y caminó hacia un aparador con una impresionante colección de licores.

 

—Todo marchó exactamente como lo planeé. Bravo. La tendré fuera del periódico en menos de seis meses. ¿Viste la permanente tan horrible que se hizo? ¿Algo de beber?

 

Negué con la cabeza. Un vaso de algo con la cantidad mínima de alcohol y yo caería desmayado sobre uno de los escritorios antes de las once de la noche.

 

—Como quieras. —Astoria se sirvió una enorme copa de Ogden's Finest y se tomó la mitad de un solo trago. Se dirigió hacia un sofá que dominaba todo lo largo de la pared—. Toma asiento.

 

Esperé hasta que los dos estuvimos sentados antes de preguntarle lo obvio.

 

—Bueno, ¿debo asumir que te debo a ti este fantástico cambio en mi fortuna? ¿No queda ni un atisbo de aquella hermanita menor, tímida y cohibida?

 

—Ni un atisbo —aceptó Astoria con algo que parecía una sonrisa petulante. Sus agallas me recordaron a Pansy.

 

—Daphne está…

 

—Bien y tan aburrida como siempre. Ahora que nos hemos desviado del tema, ¿puedo asumir que no estás casado?

 

—No. Ser un antiguo mortífago no ayuda mucho a ligar, que digamos.

 

¿Adónde quería llegar?

 

—Qué bien. Cásate conmigo. —Brindó su copa hacia mí y se terminó su trago—. Mi padre odia el periódico, pero tuvo que dirigirlo porque mi abuelo insistió en ello. Pero ahora todo esa tragedia familiar se ha vuelto un tanto aburrida. Mi abuelo murió la pasada primavera. Y mientras mi padre no puede soportar el aroma de la tinta y del pergamino, yo lo adoro.

 

Yo podía ver el atractivo en eso. Poder. Tener que complacer sólo a tus anunciantes. ¿A quién no le gustaría eso? Mi estimación hacia Hugo Greengrass bajó varios puntos.

 

—¿Y?

 

—Necesito alguien que me ayude a dirigir el periódico, y se vería mejor si fuéramos marido y mujer. En la escuela tú eras todo un cabrón, lo que yo considero una ganancia, y también eres inteligente, elocuente y astuto. Yo soy inteligente, todavía más elocuente que tú, y tan astuta que te asustarías de comprobarlo. —Me miró de arriba abajo—. ¿Por qué no? Estás en una situación desesperada, de otro modo no estarías trabajando como conserje. Creo que haríamos una estupenda pareja.

 

La posibilidad de ser una vez más parte del mundo mágico, de una parte legítima de él…

 

—Soy gay —dije llanamente.

 

Astoria ni siquiera parpadeó, pero se arrojó el cabello por encima del hombro y puso los ojos en blanco.

 

—Ya lo sé. Daphne solía verlos a ti y a Blaise Zabini en el baño de los perfectos y luego me contaba todos los detalles, lengüetazo a lengüetazo. Eso no es un problema. De hecho, es la razón principal detrás de mi proposición. Ya que yo tengo una secretaria… —hizo una pausa—. Una devota secretaria.

 

Ahora sí veía claro. Una pantalla. Yo podría ser su pantalla, y ella sería la mía.

 

—¿Y tu devota secretaria tiene nombre?

 

—Faith Goyle.

 

Faith Goyle era una versión femenina y juvenil de Greg —devota y leal en extremo— pero con más cerebro y mejor figura.

 

—Quien vivirá con nosotros, ya que siempre suelo llevarme una enorme cantidad de trabajo a la casa.

 

—Acepto si permites que también mi madre viva con nosotros. Está exiliada en Francia. La quiero traer de regreso a Inglaterra, pero temo que el Ministerio la arreste.

 

—¿Tienen algún cargo contra ella?

 

—No. Quieren el dinero que tenemos en las cuentas bancarias de Italia. Es simple y puro acoso.

 

Astoria me obsequió lo que ahora sabía era su sonrisita característica.

 

—Entonces creo que El Profeta comenzará, a partir de mañana, una serie de editoriales acerca de las tácticas injustas e ilegales que el Ministerio está perpetrando en contra de ciudadanos inocentes. Tráela a casa. Tenemos abogados a sueldo. A ver si se atreven a tratar de arrestarla.

 

Fácilmente podía enamorarme de esa mujer. De manera platónica, por supuesto.

 

—¿Dónde viviremos?

 

—El Ministerio puso la Mansión Malfoy en subasta otra vez. Aparentemente, es como un elefante blanco: todo el mundo quisiera tenerla, pero es demasiado costosa en su mantenimiento para cualquiera. Nadie quería comprarla y el Ministerio casi la regaló. Mi padre me la acaba de comprar por una bagatela. Como regalo de bodas.

 

—Eres una diosa.

 

—Así es.

 

En esa ocasión no sonrió presuntuosa, si no que me obsequió una sonrisa genuina, con dientes y todo. Noté que lucían realmente depredadores pues tenía los incisos más puntiagudos. Justo ahí y en ese momento me hice el juramento de jamás ofenderla. Tenía que ser una enemiga formidable.

 

—Pero nos llevará un año al menos volverla habitable —me advirtió.

 

Rechacé el recuerdo de su práctica destrucción en manos de los aurores.

 

—Ya que estamos sincerándonos… Yo continúo siendo un paria. —Me levanté la manga para mostrarle mi marca.

 

La mujer tenía ovarios del tamaño de una quaffle. Le echó un vistazo, arqueó una ceja en un gesto de curiosidad, y luego le restó importancia con un impaciente movimiento de su mano.

 

—El tiempo se encargará de sanar eso. Te iremos integrando en la dirección del periódico de poco a poco. En diez años, a poca gente le importará que tengas la marca.

 

—Quiero un hijo. De otra manera, mi apellido morirá conmigo.

 

Por primera vez durante toda esa extraña reunión, Astoria parecía insegura. Jugueteó con su copa por un rato, arrojándola hacia atrás y hacia adelante sobre su mano, golpeteando sus uñas perfectamente arregladas contra el cristal. Entonces, se decidió.

 

—Sólo uno. Por tu propio bien, espero que sea un niño.

 

—No han nacido niñas de Malfoy varón en más de cien años.

 

—Qué suerte para ti.

 

—¿Esto tiene algo que ver con las cartas?

 

—Sí y no. Fui yo quien se dio cuenta de que eras tú el que jugaba con la sección de consultas en tu tiempo libre. Basándome en las cartas que recibimos halagando tus consejos y dado esos fragmentos que vi, no había manera de que esa perra fuera quien estuviera escribiendo esas respuestas tan brillantes e irónicas. Sólo tuve que sumar dos más dos. Luego se me ocurrió que tú eras la solución a mi problema, y que tal vez yo era la solución al tuyo. ¿Lo soy?

 

—Puede ser, chica lista. ¿En dónde viviremos mientras está terminada la Mansión?

 

—Tengo un enorme apartamento en el Callejón Diagon. Con espacio suficiente para los cuatro.

 

—¿Cuántos años tienes? ¿Veinte? ¿No crees que estás un poco vieja como para dirigir un periódico?

 

—Cumplí veintiuno la semana pasada, y desde que nací estoy vieja.

 

La tomé de la blusa y tiré de ella hasta que estuvimos apenas a unos centímetros de distancia.

 

—No voy a ser tu perro faldero.

 

—Por fin muestras algo de huevos.

 

—Jódeme y te mataré.

 

—Jódeme y te mataré.

 

Astoria era grandiosa, y para mi buena suerte, también era absolutamente mujer y gay.

 

—¿Cuándo?

 

—Hay que arreglar unos papeles. El miércoles sería lo más pronto posible.

 

—Hecho.

 

—Hecho.

 

La solté y ella se dejó caer sobre el respaldo del sillón.

 

—Ahora sí te aceptaré ese trago —ronroneé.

 


 

Cuando regresé a Grimmauld Place vía red flu la mañana siguiente, estaba a punto de un ataque de nervios. Eufórico pero devastado ante el prospecto de escapar de mi infierno post-Azkaban. Debido a Potter. Quien podía tocarme la nuca con un solo dedo y yo no podía evitar rendirme ante él. Completamente. Todo el tiempo.

 

Él estaba en casa. En la mesa de la cocina, junto a una taza de té todavía caliente y sin terminar, estaba un rollo de pergamino.

 

Y eso lo resolvió.

 


Lo encontré en lo que debió de haber sido el viejo cuarto de Black. El romance fatal que Ginny Weasley sostenía con los empapelados de flores, no había alcanzado a llegar ahí. Metida debajo de los aleros del techo, esa buhardilla con cara al norte estaba sombría y húmeda en ese mes de octubre, dios sabría cómo se pondría en pleno invierno. Dada la terrible relación entre Black y su madre, mi tía abuela, toda una leyenda dentro de la familia, me pregunté si él habría elegido ese cuarto para estar lo más lejos posible de las invectivas de la arpía o si lo habrían obligado a quedarse ahí.

 

Las paredes estaban cubiertas con pósters descoloridos de bandas de rock muggles y olían a hipogrifo, lo juro por dios. Prefiero no saber cómo llegaron a tener semejante aroma.

 

Potter estaba sentado encima del colchón desnudo y tenía la cabeza entre las manos.

 

Dejé caer el pergamino sobre su regazo. Él lo tomó y lo hizo una bola, arrojándola al piso y negándose a verme a la cara.

 

—Sé que esto va a sonar como si de repente me hubiera vuelto loco de atar, pero no es así. Anoche, Astoria Greengrass me pidió que me casara con ella. Y acepté.

 

Ante eso, Potter levantó la mirada. No pude leer su expresión. Su cara estaba oculta entre las sombras.

 

—Al menos de que haya malinterpretado completamente sus palabras, tu esposa ha cedido. —Señalé al pergamino que estaba en el suelo—. Hijos. Familia. Es lo que quieres —le recordé.

 

—Sí —dijo débilmente.

 

Me di la vuelta y emprendí mi camino hacia las escaleras. Necesitaba empacar. Podía quedarme dos días en mi agujero infestado de moho en el Callejón Knockturn.

 

—Y tú. ¿Es esto lo que quieres? ¿Cómo vas a…? —Potter dejó la pregunta en el aire.

 

—Voy a cerrar los ojos y a meterla —dije arrastrando las palabras—. Astoria ha accedido a darme un hijo. ¿Después de eso? Cada quién hará lo suyo.

 

—¿Ligando en los bares cabroncetes como Smith? —espetó.

 

—Sí —siseé.

 

—¡Vete a la mierda, Malfoy! ¿Y si Ginny no hubiera…?

 

¡Eso era el colmo! En cinco pasos yo había cruzado el cuarto, lo cogí de la ropa y comencé a sacudirlo.

 

—Sí, aun así. Esto es una oportunidad para mí, grandísimo egoísta. Es mi única oportunidad de tener una familia, y voy a tomarla. De volver a formar parte de este mundo que tanto amo. Que me odia. Que escupe sobre mí. Y aquí está una pequeña rendija de oportunidad que podría cambiar eso. Y a pesar de que si tu esposa hubiera aceptado tus condiciones ahora o en diez años, el punto es que yo jamás podré darte hijos, grandísimo imbécil. Jamás.

 

Lo solté, toda mi furia convirtiéndose en la más pura desesperanza. Potter tiró de mí y me sentó a su lado en la cama. Apoyé mi cabeza sobre su hombro. Mientras observaba el sol matutino levantarse sobre el horizonte, Potter peinó mi cabello con sus dedos.

 

—No puedo darte hijos, y tú no podrás ser feliz sin ellos —repetí.

 

Tirando de mí para abrazarme, dijo en un susurro ahogado:

 

—No, tienes razón. —Me besó, presionando su boca abierta y caliente contra mi cuello en esa manera lenta y provocadora que me volvía loco—. Draco —me llamó por mi nombre por primera vez en su vida—. Nos quedan un día y una noche. Di mi nombre —me exigió.

 

—Harry —susurré.

 

—Dilo cuando te corras. —Deslizó una mano bajo mi camisa y comenzó a acariciarme un pezón.

 

Asentí y gemí.

 

—Dilo cuando me folles —me ordenó.

 


 

Tuve mis momentos. Oscuros momentos, cuando cada vez que abría la boca, sólo emitía un gruñido. Noches cuando no podía dormir sin haberme bebido primero un par de copas de brandy. Cuando me arrepentía. El trato tan satisfactorio con Astoria, la restauración de la Mansión Malfoy, mi reunión con mi madre, y el dolorosamente lento pero asegurado éxito de mi reintegración al mundo mágico… todo eso no podía compararse con una sonrisa tímida y una boca salvaje.

 

Pero entonces, cargué a mi hijo, quien a pesar de tener el regordete aspecto de un recién nacido, no podía ocultar lo que sería una muy afilada barbilla. Mi hijo. Mi hijo.

 

Mi madre se paró junto a mí y acarició la mejilla del bebé con su dedo sonrosado.

 

—Déjame cargarlo, Draco. Es la viva imagen de tu padre.

 

Los ojos grises parpadearon.

 

—Sí, lo es —mentí.

 

 

 

Fin

 

O no…

 

 

 

 

 

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