Todo el contenido de esta página está protegido con FreeCopyright, por lo que no está permitido tomar nada de lo que se encuentra en ella sin permiso expreso de PerlaNegra

MyFreeCopyright.com Registered & Protected

¡SUSCRÍBETE!

Escribe tu mail aquí y recibe una alerta en tu bandeja de entrada cada vez que Perlita Negra coloque algo nuevo en su web (No olvides revisar tu correo porque vas a recibir un mail de verificación que deberás responder).

Delivered by FeedBurner

Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
Perlita loves Quino's work

 

 

 

PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

De Rodillas

Capítulo 3


Domingo 29 de septiembre del 2004, 6:47 pm.

 

—Snape dijo que no te quedaría cicatriz. —Potter señaló hacia la cicatriz de mi pecho.

 

—Te mintió. Antes solía molestarme, pero una vez que las cicatrices comenzaron a ser abundantes, ya no me importó. ¿Quieres ver quién tiene más?

 

Estaba acostado dentro de la tina, completamente sumergido a excepción de la cabeza mientras que Potter hacía algunos exámenes médicos en todo mi cuerpo. Me sentía como un penitente en Lourdes. Si Potter se ponía una sotana y comenzaba a murmurar Aves Marías, no me habría sorprendido.

 

—Te ganaría con los ojos cerrados. Ese maleficio ácido te dejó una fea cicatriz, ¿eh? —murmuró mientras su varita se paseaba por encima de mi clavícula.

 

—Tu esposa me lo lanzó.

 

—¿Antes o después de que tú trataras de matarla?

 

¿Qué caso tenía responder a eso? Todos nosotros nos habíamos arrojado maldiciones los unos a los otros, nos habíamos mutilado y nos habíamos tratado de matar. El hecho de que Potter y compañía lo hicieran en nombre de la luz y yo, supuestamente, en nombre de la oscuridad, a estas alturas para mí ya era irrelevante. Las personas "buenas" se suicidaban emborrachándose hasta morir, las personas "malas", colgándose en sus celdas; Potter no parecía dormir mejor que yo. La mitad de la guerra yo me lo había pasado despierto durante horas preguntándome si los que estaban del lado "correcto" se sentirían menos asqueados y menos horrorizados de lo que teníamos que hacer en batalla. Sospechaba que Potter y sus subordinados sufrían la misma culpa paralizante y el mismo pavor que nosotros. Cuán depresivo era darse cuenta de que todos nosotros habíamos quedado igual de asustados. Para siempre.

 

—¿Cuánto me falta?

 

Durante un rato, Potter no respondió, pero luego dijo en voz tan baja que casi fue un gruñido:

 

—Diez minutos más. No te sulfures ni te encueres.

 

—Potter, las palabras que eliges para expresarte dejan mucho qué desear.

 

Antes de Azkaban yo nunca había sido muy modesto, y después de Azkaban podía haber desfilado en cueros por el Callejón Diagon sin pestañear, pero eso era inquietante. Gracias a Dios que el berrinche que Potter estaba teniendo era pequeño, porque en uno de sus típicos arrebatos parecía un volcán a punto de hacer erupción. Lo cual me venía bien, siempre y cuando continuara caminando por toda la casa en ropa interior. Estaba demasiado delgado, pero el adolescente flacucho se había convertido en un adulto nervudo en una manera que lo hacía verse atractivo, y debajo de sus calzoncillos se dibujaba lo que parecía ser un muy lindo trasero. Pansy habría estado más que divertida con eso.

 

El pensamiento de Pansy y yo riéndonos de mí, de que yo tuviera que conjurar visiones vomitivas de Millicent para combatir erecciones inapropiadas, fue interrumpido por una pregunta de Potter.

 

—¿Realmente querías matarla? A Ginny, quiero decir.

 

—¿Realmente ella quería matarme a mí? —le pregunté a mi vez—. He terminado. —Agarré una toalla, me sequé, me salí del baño lo más rápido que pude y me trepé en la cama.

 

Que se jodiera. ¿Por qué las muertes provocadas por los ganadores son bien aceptadas como el precio que hay que pagar por la victoria, mientras que las muertes provocadas por los perdedores siempre serán consideradas como asesinatos?

 

Lunes 30 de septiembre del 2004, 6:13 am.

 

Estaba escribiéndole una carta a mi madre cuando Potter se apareció en la cocina, directo desde su trabajo. Yo siempre le escribía a mi madre todos los lunes y ella me respondía todos los sábados. No habíamos fallado ni una sola semana durante cinco años.

 

—Encontré pergamino en la sala —dije a manera de saludo—. Tomé un poco. Espero que no te moleste; necesitaba escribir una carta. —Sabía que estaba sonando algo cortante, pero todavía me sentía muy enojado. Ocho horas husmeando todos los cajones de la casa habían hecho poco para mitigar mi molestia.

 

—Por supuesto que no, pero, ¿por qué estás levantado a esta hora, estúpido? Apenas pasa de las seis.

 

Potter ya no se escuchaba enojado, solamente cansado. ¿Es que se encontraba perpetuamente cansado todo el tiempo? Ni siquiera se molestó en esperar respuesta, sino que comenzó a hurgar en una alacena en la esquina más alejada de la cocina. Escuché un sofocado "Sí" y luego, Potter reapareció con una botella de whisky de fuego. La levantó en el aire a manera de invitación.

 

Aparentemente, Potter no era de los tipos que guardaban rencor. Al contrario de mí, que alegremente podía odiar a cualquiera por un desaire hasta el siglo entrante.

 

—Seguro —me encogí de hombros, mi voz sonando sólo un poco tensa. Había estado esperando que Potter me echara de la casa cuando llegara de cubrir su turno. Pero supuse que su necesidad de salvarme era mayor que su necesidad de castigarme. Podía comprender eso, considerando que mi necesidad de tenerlo a él para que me sanara superaba, por mucho, mi necesidad de decirle que se podía meter por el culo su lindo y calientito cuarto y sus movimientos de varita. Archienemigos que tiene que joderse porque no hay más remedio, hagan fila de este lado, por favor.

 

Apreté la pluma y luego me obligué a disipar mi ira mientras soltaba el agarre.

 

—Es buena idea tomar algo antes de dormir —dije—. He estado despierto casi toda la noche porque me funciona mejor dormir durante el día aún cuando no trabajo. Sólo quiero terminar esta carta para mi madre y luego me iré a la cama.

 

Escribí "Te ama: Draco" seguido de varios "xoxo's". Subrayé dos veces las palabras "Te ama".

 

—¿El pescado y las patatas continuaban calientes cuando bajaste a la cocina?

 

Asentí. Potter me había dejado comida en la mesa antes de irse al hospital.

Nunca entendería a este hombre.

 

—Entonces, ¿tu madre se las arregla bien? —preguntó, sirviéndome un vaso lleno de whisky de fuego que luego me pasó.

 

—Gracias. Sí, ella se las arregla.

 

Si "arregla" era la palabra clave para "vivir en el exilio y empeñar tus joyas para poder comprar comida", entonces, sí. Gracias a Merlín mi madre siempre había sido una aficionada a las joyas y mi padre le había consentido el vicio. Los abogados estaban tratando de liberar las cuentas de banco de los Malfoy en Roma, pero el Ministerio no dejaba de meter presión a los italianos para mantenernos en la pobreza. Como si la pobreza fuera una manera de hacer penitencia.

 

—Está viviendo en Francia. Los del Ministerio no están interesados en ella per se, pero si pone un pie en Inglaterra será arrestada. Tenemos dinero depositado en Italia y eso es lo que quieren, así que si mi madre regresa a casa, la arrestarán para mantenerla de rehén hasta que les suelte todo. Deja de fruncir el ceño, Potter. Así es como funcionan las cosas, te guste o no. Cuando termine mi libertad condicional, pienso alcanzarla en Francia. Salud.

 

Choqué mi vaso con el de él y bebí, tratando de no pensar en la sonrisa malévola que Weasley tenía en la cara el día que me negó la petición de pasar la Navidad con mi madre. No la había visto desde mi juicio.

 

—¿Cómo estuvo tu noche? —pregunté por cortesía. Dejarme el pescado y las patatas había sido un detalle muy amable y completamente inesperado—. ¿Esta vez no hubo mortífagos odiosos y bocazas con rodillas defectuosas molestando a tu personal?

 

—No esta noche —respondió él sonriendo ampliamente—. Sólo el surtido típico de fracturas. Ah, y un niño de diez años que por accidente le puso orejas de burro a su hermanita, y todo porque pensó que ella se estaba comportando como tal. ¿No es gracioso cómo la magia accidental puede ser tan literal?

 

—Sí —respondí y le di otro sorbo al vaso. Potter podía tener el sentido de la moda de un elfo doméstico, pero su gusto en bebidas no estaba del todo errado—. Cuando tenía seis años me enfurecí y accidentalmente transformé a Greg en un cerdo de verdad. Se había comido mi postre cuando yo no estaba mirando.

 

—¿Accidentalmente, Malfoy? —Potter soltó una risita.

 

—Esa es mi versión de la historia y pienso sostenerla. Era un cerdito muy bonito. —Me reí muy fuerte—. La señora Goyle tardó años en perdonarme.

 

—Puedo apostarlo —afirmó Potter—. Debes haber sido un verdadero terror cuando niño, Malfoy.

 

—Era un completo angelito —mentí.

 

—Dile eso a Goyle —respondió Potter.

 

Tomé un gran trago de whisky de fuego y me concentré en la manera en que la bebida me lamía las entrañas. Porque no podía decirle nada a Goyle. Uno de los magos más ineptos que yo tuve el privilegio de llamar mi amigo y que hacía que, a su lado, Vince pareciera un genio. Lo único que podía escribir sin ayuda era su propio nombre. Me estremecí. Llevé el vaso hasta mi mejilla y lo rodé hacia atrás y hacia delante, dándome tiempo para poder contener mis emociones.

 

—Tengo que admitir que los elfos de mi casa suspiraron con alivio cuando me fui al colegio. Me sorprende que no tengas todavía un ejército de mocosos, Potter.

 

—¿Eso crees? ¿Quieres más? —ofreció levantando la botella, y yo asentí—. ¿Tú no piensas casarte pronto?

 

—¿Casarme? —bufé—. ¿Quieres que contemos todos mis males? Si mi salario estelar de veinte galeones a la semana no consigue que todas las mujeres elegibles dentro de trescientos kilómetros a la redonda huyan de mí hasta la frontera con Escocia, siempre me quedará el encantador tatuaje de mi antebrazo. Eso reduce mis prospectos a cero. A propósito de eso, lo único bueno de haber perdido absolutamente todo es que no tengo que ser parte de un matrimonio fingido y explicarle a mi sonrojada mujercita por qué sólo me gusta follarla desde atrás. No sólo soy un antiguo delincuente empobrecido con la habilidad mágica de un niño de tres años, sino que también, como bono extra, me gusta chupar vergas. Yo diría que tengo todo perfectamente arreglado.

 

Potter me estaba mirando con los ojos muy abiertos, y luego, chilló dentro de su vaso:

 

—N-no… no sabía… que tú eras…

 

Oh, por todos los demonios. Una excelente razón por la que yo no debería beber alcohol. La mayoría de las veces amo el sonido de mi voz, y cuando ya me he tomado varios tragos siempre termino diciendo algo que no debo. Potter no podía haberse horrorizado más si yo le hubiera dicho que nosotros dos éramos gemelos separados al nacer.

 

—Así es, Potter. Soy rubio natural —dije sin mostrar expresión alguna, confiando en que el humor salvaría lo que estaba convirtiéndose en lo que seguramente era uno de los momentos más bochornosos de mi vida. Debí haber sabido que para Potter, todo lo que no fuera femenino y en posición del misionero, sería motivo de excomulgación.

 

—No, lo que quiero decir es…

 

—Grandísimo imbécil, sólo estoy bromeando. Normalmente no suelo admitir las cosas tan abiertamente por obvias razones, pero sí, soy gay. Si quieres comenzar a fumigar tu cuarto, házmelo saber, porque mientras tú lo haces yo me iré por la chimenea directo a mi nido de ratas libre de homofobia.

 

—Estoy… estoy bien con eso. De verdad. —Al fin, levantó los ojos hacia mí. Y no me miró con el asco que yo me esperaba, sino con curiosidad y algo más que no pude definir—. ¿Cuándo lo supiste? ¿Te despertaste un día y repentinamente lo supiste? —Su dedo índice se paseaba una y otra vez por el borde de su vaso.

 

—Me desperté un día y vi a Oliver Wood en su uniforme de quidditch —dije con una sonrisa maliciosa y levanté mi vaso.

 

—¿El uniforme rojo y dorado no te disuadió? —bromeó Potter.

 

¿Potter siempre había tenido ese sentido del humor y de alguna manera yo no me di cuenta a pesar de mi constante escrutinio?

 

—¿Rojo y dorado? Todo lo que yo vi fue mucho cuero y un culo. Me masturbé con esa imagen muchas más veces que las que estoy dispuesto a admitir.

 

Potter se rió con sinceridad.

 

—Justamente ahora Oliver es el entrenador de las Harpies. Noticia de última hora, Malfoy: Ginny dice que Oliver es increíblemente heterosexual.

 

—Noticia de última hora, Potter: él no es increíblemente heterosexual. Mi culo lo sabe mejor que nadie.

 

Sus cejas se levantaron ante ese comentario pero enseguida sonrió y negó con la cabeza.

 

El sol finalmente se abrió paso en el horizonte. Los dos observamos su camino dentro de la cocina, los rayos ganando centímetro a centímetro, mientras bebíamos en medio de un silencio nada incómodo. Un concepto casi imposible de ser comprendido por mi mente de la misma manera que no podía comprender cómo podíamos haber bromeado acerca de mis sesiones de masturbación en honor al culo extremadamente bonito de Oliver Wood.

 

—¿Se los dijiste a tus padres?

 

Casi dejé caer mi bebida.

 

—¿Estás loco? ¿A mi padre? No lo admití ante mí mismo sino hasta que cumplí los dieciséis. Los Malfoy no somos maricas. No debería sorprenderte que yo hubiera sido un adolescente sarcástico y vil.

 

Potter se ahogó con su trago.

 

—Malfoy, también ahora eres sarcástico y vil, y no creo que vayas a dejar de serlo nunca.

 

Le hice una seña obscena con un dedo, pero tenía una sonrisa en mi cara.

 

—En retrospectiva, sospecho que yo siempre supe que era gay. Las cartas que me llegaban de casa todos los domingos eran una proverbial pesadilla. Centímetros y centímetros dedicados a enlistar mis obligaciones familiares. No podías ignorar a mi padre. No, en verdad.

 

Los domingos nunca desayunaba. Me sentaba en la mesa de Slytherin esperando que la lechuza proveniente de la Mansión Malfoy hiciese su graciosa entrada y dejara caer la misiva semanal de mi padre justo sobre mi regazo. Una vez que la carta me era entregada, salía del Gran Comedor y me dirigía directo al baño para leerla. Para cuando llegaba a la posdata, ya había vomitado todo lo que tenía en el estómago. Mi padre se aseguraba malditamente bien de que yo comprendiera, como si hubiera alguna duda en ese aspecto, que esperaba que yo me casara bien, que me casara pronto y que follara a mi esposa hasta la extenuación para así poder parir legiones de hijos sangre pura. El hecho de que él hubiera tenido solamente un hijo era, de alguna manera, irrelevante. Cada domingo me obligaba a mí mismo a levantarme del suelo del baño, determinado a no volver a pensar nunca jamás en ningún chico. Causa perdida. Aparentemente se podía desplumar a un Malfoy pero no podías dejar sin su pluma a un Malfoy, porque todas las noches empapaba mis sábanas por culpa de unos sueños morbosos que, decididamente, no eran de naturaleza heterosexual. Lástima por los pobres elfos responsables del aseo de la ropa de mi cama. Pero Pansy… Pansy, quien fue… Apreté fuertemente mi vaso.

 

Oh, mi chica…

 

No habían transcurrido ni seis meses de iniciada la guerra cuando ella y yo acabábamos de regresar de una misión. Era sólo cuestión de tiempo antes de que alguno de nosotros muriera, y ambos lo sabíamos. Todo estaba a punto de caer por su propio peso. Nuestro bando necesitaba una gran victoria y eso significaba sacrificar gente para matar gente del otro bando. Lo único que uno podía esperar era que el número de bajas de nuestro lado fuera menor que el del otro. Yo no deseaba nada más en el mundo que poder esconderme un par de semanas, sólo un par, sólo lo suficiente como para respirar de nuevo sin tener el miedo de que mi siguiente exhalación fuera a ser la última. Tenía que ponerme cómodo para fumarme un pitillo y poder dormir un poco. Pansy y yo nos sentamos uno al lado del otro encima de un catre, mi cabeza descansando sobre su hombro. Ella se colocó un cigarrillo en la boca y luego me puso otro a mí. Levantó su varita y encendió ambos cigarros antes de hablar, el pitillo recién encendido colgando entre sus labios.

 

—No me molesta, Draco.

 

—¿De qué estás hablando, Pans? —murmuré entre exhalaciones mientras me concentraba en el ritmo hipnótico de mi respiración, entrando y saliendo, entrando y saliendo.

 

—De que seas un marica declarado. De todas formas te amo. Que se jodan los demás, cariño. Cuando la guerra termine, nosotros nos casaremos y podrás follarme desde atrás, fingiendo que soy algún jovencito sexy de cabello oscuro que te acabas de ligar. Tendremos tres niños sexys con ojos verdes y tres niñas rubias con ojos grises de mirada traviesa. Tú tendrás tus novios y yo tendré los míos. Quizá hasta podríamos compartirlos. De hecho, yo insistiría en eso porque, sabes, los que tú te consigues realmente son los más guapos.

 

Nos reímos de eso, abrazándonos y llorando, porque de repente nos pareció que todo iba a estar bien. Tontos, ingenuos de nosotros. Y todo podría haber estado bien. Si no hubiera sido por la guerra, ella y yo habríamos tomado nuestro lugar en la sociedad mágica y nos lo hubiéramos merecido.

 

De pronto, la cocina de Potter me pareció pequeña y claustrofóbica. La pérdida de Pansy era suficientemente terrible sin recordar que, junto con ella, también se había esfumado mi esperanza de continuar la línea de los Malfoy. Ni aun yo, con mis pelotas de acero reforzadas en las gélidas celdas de Azkaban, podía encarar que mi apellido muriera conmigo sin antes haberme beneficiado con varios vasos de whiskey de fuego.

 

—Te ves cansado, Malfoy. Vamos, es hora de ir a la cama.

 

Me asusté con el tono ronco y bajo de su voz. El sol ya había salido por completo, el whiskey de fuego ya había regresado a su lugar en la alacena y los dos vasos vacíos, al aparador.

 

—Tú también te ves cansado. Siempre te ves cansado, Potter. ¿Por qué?

 

—Gajes del oficio. Vamos —repitió.

 

Lo seguí escaleras arriba.

 

—Te despertaré a las seis, ¿de acuerdo? Necesitas tu tratamiento, y también te aplicaré algunos encantamientos adicionales para que estés en condiciones de ir a trabajar.

 

Asentí.

 

—Buenas noches, Potter.

 

—Buenas noches, Malfoy.

 

Cerré la puerta detrás de mí y me trepé en la cama sin molestarme en desvestirme. Soñé muchas cosas, pero después no pude recordar nada.

 


 

Potter me despertó a las seis tal como lo había prometido, y de inmediato me metió a la tina. Una vez más, la camiseta interior y los calzoncillos estaban haciéndose notar, y para combatir lo que aparentemente se había convertido en mi erección normal a la hora del baño, conjuré en mi mente imágenes de una Millicent Bulstrode desnuda, blandiendo un látigo y montando un hipogrifo. A grandes males, grandes remedios.

 

¿Por qué, por amor de Merlín, Potter no podía ponerse su ropa en vez de andar caminando torpemente por todos lados en interiores? Me molestaba sobremanera sentirme atraído por él. Si no fuera yo un objetivo ambulante podría conocer a otros hombres y, posiblemente, follar con alguien de vez en cuando. Puse esas ridículas ganas —las ganas de agarrar a Potter, arrojarlo contra una pared y frotarme contra él como si fuera el último hombre sobre la Tierra— en el más alejado rincón de mi cerebro y las sepulté ahí. Y luego, me deshice de la pala.

 

—Potter, tenemos que dejar de vernos así.

 

Me ignoró. En esa ocasión yo estaba boca abajo mientras él me apuntaba su varita hacia mi espalda.

 

—¿Qué es lo que hace esa mierda que pones en el agua de la tina?

 

—Ese elixir hace crecer los cartílagos; desafortunadamente, no es tan eficiente como el Crece-Huesos. Tienes los riñones severamente dañados. ¿Te duele cuando orinas?

 

—A veces —admití—. Pero si bebo mucha agua no me molesta tanto.

 

—Sé que voy a odiar lo que vas a responderme, pero, ¿debo asumir que no tenías este problema antes de ir a Azkaban?

 

—No, no lo tenía. De algún modo me perdí el capítulo diez de La Guía del Mortífago para Jugar al Bridge. El guarda en turno aumentó su apuesta pero yo no me di cuenta y aposté con dos corazones cuando debía haber sacado cuatro espadas…

 

—Malfoy…

 

—Pudimos haber hecho un Grand Slam y ganar el juego…

 

—Malfoy. Cállate. No es gracioso. —Potter estaba furioso, pero yo no podía comprender por qué. No eran sus riñones los que le dolían cuando orinaba.

 

Me giré.

 

—Entonces, el guarda decidió practicar su danza irlandesa justo encima de mis riñones. Depende de tu punto de vista, Potter. Si bromeo, entonces tengo el control de la historia. Aun del final. Te fortalece o te quiebra. Ellos no me quebraron por más que lo intentaron.

 

De nuevo, Potter me desconcertó por completo. Sonrió, pero trató de esconder su sonrisa agachando la cabeza.

 

—No, no te quebraron —reconoció—. Continúas siendo el cabrón más detestable y malvado que ha conocido el mundo.

 

—Más malvado que detestable, no lo dudes. Y te vi sonreír. No lo niegues.

 

—Definitivamente, mucho más malvado. Y no sonreí.

 

—Eres un mentiroso de mierda, Potter —sonreí con petulancia.

 

—El burro hablando de orejas. Ya pasaron tus treinta minutos. ¿Por qué no te secas y te acuestas en la cama? Veré que puedo hacer con tus riñones.

 


 

 

Millicent Bulstrode. Hipogrifo. Millicent Bulstrode. Hipogrifo. Millicent Bulstrode teniendo sexo con un hipogrifo. En cuanto dejaba de pensar en Millicent haciendo cosas sucias con un hipogrifo, mi pene comenzaba a pensar en la sonrisa tímida de Potter.

 

Era una batalla perdida, porque, ¿quién en su sano juicio querría pensar en Millicent Bulstrode teniendo sexo con un hipogrifo?

 

¡Era ridículo! De entre toda la gente. ¡Potter! Jamás en la vida admitiría eso ante nadie. No podría admitirlo ante nadie. Por supuesto, la opinión que tenía Potter sobre mí era absolutamente fundamental. Lo que quiero decir es: ¿podía yo caer más bajo de lo que ya había caído ante sus ojos? Encarémoslo. Alguna vez fuiste un mortífago, todo lo demás palidece en comparación. Extrañamente, no me podía importar menos si Potter pensaba que yo era un mortífago inmoral de mierda, pero lo que no quería que creyera era que yo era un pervertido sexual. Me sequé en tiempo récord, girando mi cuerpo para esconder otra nueva erección inducida por él. Hay sólo cierta cantidad de imágenes de sexo Millicent/Hipogrifo que un hombre puede soportar sin ponerse a vomitar con violencia. Me envolví firmemente una toalla alrededor de mi cintura, caminé con rapidez hacia la cama y me dejé caer sobre ella, ahogando un "Ummp" cuando aplasté mi erección contra el cubrecama.

 

—No necesitas hacer tanto alarde del buen trabajo que he hecho en ti, y menos necesitas ponerte a correr de ese modo. Toma las cosas con calma.

 

¿Del buen trabajo que ha hecho en mí? Sofoqué un gemido y el abrumador deseo de escarbar un agujero en ese maldito cubrecama.

 

—¿Puedo bajarte la toalla un poco?

 

—Claro —conseguí chillar con una voz que era tan tímida como un falsetto.

 

—Malfoy, estás demasiado delgado.

 

—El burro hablando de orejas. ¿Tu esposa no te alimenta? Las camisas y todo lo demás en el armario. ¿Estás viviendo aquí? ¿Y tu perro?

 

Las preguntas brotaron atropelladamente. Ahora que lo pensaba, ¿qué estaba haciendo Potter viviendo ahí? Dejando de lado los remanentes de ratas muertas que había en el corredor, la casa parecía y olía a habitada.

 

Hubo un breve silencio.

 

—¿Cómo sabes de Bamboleo?

 

—Tus fieles lectores de El Profeta engullen hasta el más trivial detalle de tu vida. Me sorprende no saber cual marca de papel sanitario usas. ¿Y tu perro se llama Bamboleo? —Bufé con desagrado—. Seguramente es el nombre de perro más patético que jamás había escuchado. Si algún día te salta directo a la yugular, no te sorprendas. Yo lo haría si fuera perro y me pusieras Bamboleo…

 

—Si tú fueras perro, serías uno de esos terriers gruñones que muerden a toda la gente sin pensarlo. Bamboleo está en la casa de George y Angelina. Ginny está de gira; regresa hasta finales de la próxima semana. Bamboleo se va a la casa de George cuando Ginny no está porque yo no puedo sacarlo a caminar durante las noches que tengo que trabajar. Termino demasiado cansado. Yo me… me quedo aquí cuando ella no está. Es más fácil aparecerse en San Mungo desde aquí, a diferencia de Hogsmeade, especialmente desde que trabajo durante las noches. Regresaré a Hogsmeade cuando Ginny vuelva a casa. Para entonces, tú ya deberás tener un apartamento nuevo. Estaba pensando en aparecerme contigo la tarde del sábado después de que hayamos dormido un rato.

 

Si eso no era una total mentira, yo dejaba de llamarme Malfoy. Cuando has perfeccionado el arte de mentir, puedes olerlas a un kilómetro de distancia. ¿No quería molestarse en aparecerse de Hogsmeade a San Mungo, pero en cambio, no era un problema acarrearme a mí del brazo para ir a buscar apartamento? No tenía que ser yo un puto genio en aritmancia —y resultaba que sí lo era— para saber que algo estaba mal en esa ecuación.

 

—¿Qué te parece eso? ¿Salimos a buscarte un apartamento la tarde del sábado?

 

—Seguro, Potter. Salir el sábado de cacería de casuchas me parece genial. Ya tomé nota de algunos avisos de El Profeta que parecen prometedores. No es que pueda pagar ninguno de ellos, pero quizá pueda negociar el precio de la renta. Te aseguro que para la siguiente semana te habrás deshecho de mí.

 

Eso no originó la respuesta que esperaba. De hecho, no obtuve ninguna respuesta. Estaba medio esperando que al menos Potter se pusiera a lanzar unos cuantos gritos de alegría.

 

Potter murmuró algo en latín y de nuevo ahí estaba ese alivio, esa disipación del dolor que me hacían desear gritar aleluyas tan alto que podrían escucharme hasta Cardiff. Había aprendido a aceptar cierto nivel de dolor, y de alguna forma ya ni siquiera lo sentía. No, eso no es cierto, sí lo sentía, pero había sido tan permanente, como si de repente me hubiera brotado otro brazo y, maldita sea, hubiera tenido que acostumbrarme a él. Pero la ausencia del dolor era tan gloriosa que no podía imaginarme siendo tan estoico otra vez.

 

—Potter —dije, abriendo apenas la boca—, dejando de lado por un breve minuto ese asunto de los enemigos mortales que hemos tenido tú y yo, nunca jamás volveré a despreciar tus habilidades mágicas. Te lo agradezco desde el fondo de mi corazón. No puedo explicarte como… como…

 

Y no pude. La inhabilidad para decir oraciones completas de Potter debía ser contagiosa; no pude decir una sola palabra más. Ser liberado de todo el dolor físico que había mandado mis pajas al infierno y que jamás me dejaba dormir toda la noche. Dormir cuando tienes tanto dolor, es… bueno, en realidad lo que haces es sucumbir de agotamiento. No es dormir, más bien es sufrir un colapso.

 

Me apoyé en mis codos para incorporarme y lo miré. Tal vez lo odiaba, pero eso no quería decir que no estuviera agradecido.

 

—Gracias —fue todo lo que pude decir.

 

—De nada, Malfoy. —Potter tiró de la toalla que había enroscado alrededor de mi trasero—. Nunca creí que tú me… ya sabes… bueno, que… que me agradecerías algo.

 

Potter estaba tartamudeando, tragando y sonrojándose sólo por eso. Dios mío, ¿por qué estaba sonrojado? A continuación siguió el inevitable tirón de su pelo, lo cual sólo servía para que su cabello se parara en picos por toda su cabeza.

 

—Sí, eh, de nada. —Más sonrojos y tiró más de la toalla hacia arriba, lo que provocó que la mitad inferior de mi culo quedara expuesto. Entonces, Potter se quedó mirando con horror y tiró hacia abajo para cubrir lo que había descubierto y soltó—: Uh, lo siento. —Luego, se sonrojó otra vez, todavía más—. Bueno. De acuerdo —masculló y salió a toda prisa de la habitación.

 

Me vestí lentamente, más que sorprendido por la reacción de Potter. Con toda seguridad un poco cortesía de mi parte no era así de impactante, ¿o sí?

 

Por favor, por favor, Merlín, que no sea por el asunto gay.

 

¿Potter estaría temeroso de que yo tomara sus cuidados médicos como una proposición? ¿Habría notado mi erección? Me sonrojé por primera vez en años. Por favor, Merlín, no permitas que Potter haya visto eso. Lo que tenía que hacer era pajearme sin parar todas las noches antes de levantarme y pensar sin cesar en el escenario de sexo protagonizado por Millicent y el hipogrifo para que así, mi pene se comportara cuando Potter estuviese cerca de mí.

 

De verdad me urgía acostarme con alguien. Resultaba obvio que mis años en Azkaban como el juguete sexual de aquel guarda no habían afectado mi libido, algo por lo que estaba profundamente agradecido. Pero, ¿por qué Potter tenía que ser el único masculino dentro de mi limitado radio que yo no detestaba con pasión?

 

No estaba en la cocina cuando bajé las escaleras, aunque tampoco estaba esperando que así fuera. Supuse que esa noche era mi turno de preparar la cena. No era una gran catástrofe. Durante el tiempo en la prisión había conseguido aprender algunas habilidades básicas acerca de la cocina. Había sido asignado al destacamento de las cocinas de Azkaban. Aparentemente, mi facilidad para Pociones les hacía suponer que también sería bueno preparando alimentos.

 

Un rápido reconocimiento al refrigerador demostró que nuestra cena estaría limitada a un frasco de pepinillos que seguramente databa de 1926, a una naranja marchita, salchichas y huevos.

 

Veinte minutos después, golpeé la puerta de Potter.

 

—La cena está lista —anuncié.

 

Un ruido ahogado que parecía ser un bufido me indicó que Potter me había escuchado, pero pasaron cuarenta y cinco minutos y él no bajaba. Para esa hora, yo ya había terminado de comer. Nos topamos frente a frente cuando me dirigía a la chimenea del salón para ir a trabajar. Parpadeó varias veces cuando me vio, como si estuviera sorprendido de que todavía estuviera ahí.

 

—Tu cena está en el horno. No pude desperdiciar un encantamiento de calentamiento. Los huevos seguramente ya estarán como caucho.

 

—Gracias, lo siento. Me quedé dormido de nuevo. Pensé que ya te habías ido. —Trató de tirar de su cabello y de fajarse la camisa dentro de los pantalones al mismo tiempo, casi cayéndose en el proceso.

 

—Potter, ¿está todo bien? Estás actuando extraño. Por supuesto, es difícil de decir…

 

—Sí, bien, estoy bien —protestó, enderezándose—. Será mejor que te vayas. No querrás llegar tarde. Espera, ¿tus rodillas están bien?

 

—Sí, se sienten genial. No tan bien como antes de los nueve millones de mamadas, pero están muy bien.

 

Potter negó con la cabeza.

 

—No hagas eso —susurró. Puso una mano sobre mi hombro, y con su otra mano se cubrió los ojos—. Por favor, no lo hagas.

 

Eso era jodidamente raro. Aunque echaba por tierra mi sospecha de que Potter fuera un troll homofóbico y negado que todavía no podía admitirlo porque ser homofóbico era demasiado anti-Gryffindor.

 

Eso era lo que yo odiaba de la gente como Potter. Siempre tienes que cambiar de opinión respecto a ellos. Si los Slytherin nos comportábamos confusos era porque tenía que haber una maldita buena razón. Como que quisieran meterse en tus pantalones o algo así de normal.

 

—Potter, no seas idiota —lo reprendí. Su mano apretó mi hombro un poco más—. Mírame.

 

Dejó caer la mano que tenía sobre la cara y… por las pelotas de Merlín, ¿de verdad había dormido algo? Candil de la calle y oscuridad de su casa. Si las bolsas bajo sus ojos fueran un poco más grandes necesitaría un sherpa de tiempo completo que le ayudara a cargarlas.

 

—Creo que ya tienes demasiado peso sobre tus hombros. No necesitas cargar también con lo mío. Como ya te dije, Azkaban te fortalece o te quiebra. Estoy un poco roto y desportillado, lo reconozco, pero esencialmente sigo entero.

 

Llevé mi mano hasta su hombro y se lo apreté. Bendito Dios, estaba casi tan huesudo como el mío. Me soltó del hombro y puso su mano sobre la mía, entrelazando nuestros dedos.

 

—Pareces tan… ¿Cómo puedes…? —Apretó su mano.

 

—Potter, ¿estás bien? —repetí.

 

Me refería al sentido más simple de la frase, como si le preguntara "¿Tienes un padrastro en el dedo que te está molestando?" o "¿Los zapatos te están apretando los pies?", pero él pareció tomarlo en el sentido más grave… He decidido tener una crisis nerviosa sobre tu regazo. Espero que no te moleste.

 

—Yo… yo no lo sé ya. Creí que estaba bien, pero ahora, yo… yo sólo pienso y pienso en Ron y en cómo la guerra lo ha cambiado. Y en Fred… ya sabes… en esas cosas…

 

Bueno, yo no sabía que quería decir con "esas cosas". Mis "cosas" se reducían a conseguir dinero para pagar la renta y sobrevivir el inevitable ataque de algún lunático con un hacha como parte de mi rutina.

 

—¿Cómo lo haces? ¿Cómo haces para que no llegue hasta ti? Lo que pasó en Azkaban…

 

Potter era el maestro de las frases inconclusas. Eso era un poco desconcertante porque antes yo nunca había tenido ningún problema para finalizar sus pensamientos.

 

Fruncí el ceño.

 

—Por supuesto que llega hasta mí. Lo único que yo hago es negarme a dejar que llegue a mí, si entiendes lo que quiero decir. Ser un grandísimo hijo de puta ayuda en cantidad.

 

Seguramente eso no era lo más sensible que podía haber dicho, pero era la verdad. La reputación de los Slytherin de ser inherentemente crueles y despiadados era una tontería. Lo que nosotros realmente éramos era ser inflexiblemente honestos, lo que comúnmente era cruel. Excepto cuando estábamos mintiendo, por supuesto.

 

Potter comenzó a reír. Se rió tan fuerte que se debilitó y tuvo que apoyarse contra mí para mantenerse de pie. Pude sentir toda la tensión abandonando su cuerpo mientras soltaba risitas y risotadas.

 

—Potter, ya te volviste loco y Weasley nunca me lo perdonará. Sabes que me culpará y usará mis tripas como ligas para sujetar sus papeles.

 

Potter se retiró un poco y se limpió las lágrimas de los ojos.

 

—Sí, eso haría. —Le dio a mi mano un último apretón y luego se alejó por completo de mí—. Mándame una lechuza si tus rodillas te dan algún problema.

 

—No haré tal cosa. Puedo manejarlo. ¿Saldrás esta noche?

 

—Sí.

 

—Regresa a la cama y toma un poco de poción para dormir sin soñar. Sé que he dicho esto repetidamente durante el último par de días, pero realmente, realmente, te ves como mierda.

 

—¿Alguien te ha dicho ya lo mandón que eres?

 

—¿Mandón? ¿Un Malfoy? Nosotros no somos mandones, Potter. Dar órdenes es una forma de arte que hemos perfeccionado a través de los siglos.

 

—Oh, por amor de Dios, vete a trabajar. Más bien lo que ustedes han perfeccionado a través de los siglos ha sido cómo ser los mejores idiotas insufribles. Espera, una última revisión. —Potter agitó su varita sobre mis rodillas—. Sólo por si acaso. Que tengas una buena noche, Malfoy.

 

Me obsequió una sonrisita y se dirigió a la cocina a comerse su incomible cena.

 

De algún modo conseguí atravesar el salón sin cojear y me transporté vía flu hacia el trabajo. Cuando llegué tuve que acomodarme mi pene dentro de los pantalones. Esa sonrisa de Potter era pura seducción.

 

 

 

Capítulo Anterior                         Siguiente Capítulo

 

Regresar al Índice