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Manual del Perfecto Gay - Fanfiction Harry Potter
Perlita loves Quino's work
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PerlaNegra - Harry Potter Slash Fanfiction

Magic Works

Capítulo 9

Patronus

 

Tom no podía creer en su buena suerte. ¡Haber encontrado aquella tienda de discos era lo mejor que le había sucedido desde que había llegado a Nueva York el día anterior! Sobre todo porque le restaban unas pocas horas para permanecer en la ciudad de los rascacielos y ésas eran las únicas compras que necesitaba hacer. Las zapatillas y camisetas podían esperar.

 

 

Su madre, toda paciencia y bondad —bendita ella—, esperaba por él en la zona de la cafetería mientras Tom revolvía todos los discos de la tienda en búsqueda de sus bandas favoritas. Tenía que aprovechar el tiempo. Sólo tenía ese día y ya, pues al siguiente era el estreno de la película El Prisionero de Azkaban y luego, tenía que salir pitando hacia Inglaterra otra vez.

 

Todo era culpa de sus exámenes finales. Se le hizo un nudo en el estómago al recordarlos, así que, prestamente, procedió a olvidarlos y a concentrarse en la música de su alrededor.

 

Tan embebido estaba que no sintió cuando alguien se acercó a él, si no hasta que le picó en un hombro. Tom casi brincó en su sitio; después de todo, no era como si ahí en Estados Unidos lo reconocieran mucho cuando no estaba caracterizado como Draco Malfoy.

 

—¡Dan! —exclamó cuando reconoció la sonriente cara delante de él. ¡Dios mío, cómo había cambiado el niño en tan poco tiempo!

 

—¡Tom! ¡Hola! —saludó Dan con su característico tono tan jubiloso y despreocupado—. ¡Mira, mira, lo que he encontrado! —le gritó, poniéndole a Tom un disco delante de la cara. Tom tuvo que hacer bizcos para leer el título del álbum—. ¡Up all Night de Razorlight! ¿Sabes lo bueno que está?

 

Tom no pudo evitar reírse. La alegría de Dan era, cuando menos, contagiosa.

 

—Sí, eso he oído —le respondió—. Buenas tardes a ti también —añadió mientras le tendía la mano a su amigo.

 

Dan abrió mucho los ojos y le tomó la mano, sin perder la sonrisa ni el ritmo. Tom no comprendía cómo era posible que Dan continuara cambiando tanto (físicamente hablando, porque en el interior seguía siendo el mismo chico sencillo y encantador de siempre), cuando Tom se miraba en el espejo y se encontraba igual. En cambio, aquel chico, ahora de catorce años, parecía ya demasiado crecido y maduro para su edad. Su rostro se había vuelto más anguloso; su mandíbula, más cuadrada, dándole el aspecto de un joven y dejando la expresión de niño en el olvido. Hacía casi seis meses que habían terminado la filmación de la tercera película y, sin embargo, Dan lo saludaba como si fuera cosa de todos los días que los dos se encontraran en una tienda de discos de Nueva York después de medio año de no verse.

 

—Esta banda me tiene completamente obsesionado —comenzó a hablar Dan con rapidez, y Tom sólo asintió y sonrió  más. —Aunque también llevo algunos discos de The Killers y de The Bees —completó, mostrándole a Tom otros discos que llevaba en la mano—. ¿Y tú, con quién vienes? —le preguntó al final.

 

—Con mi mamá —respondió Tom, señalando con el pulgar hacia la zona de las mesas. Miró detrás de Dan y notó a un par de hombres que pudo reconocer como unos de sus tantos asistentes—. ¿Y tus padres? —le preguntó.

 

—¿Eh? —Dan estaba completamente embobado revisando entre los millares de discos de la tienda—. Ah, ellos… están en… el hotel.

 

—Claro —dijo Tom sin dejar de sonreír—. ¿Y cómo van las clases de bajo?

 

Dan alejó sus ojos de los discos y miró a Tom. Aquella mirada azul intenso pareció resplandecer ante la mención de su aparato de música favorito, y Tom sintió un extraño escalofrío recorrer su cuerpo. Miró hacia arriba, buscando alguna ranura del aire acondicionado. Eso tenía que haber sido lo que lo había hecho estremecerse.

 

—¡Muy bien! —respondió Dan casi a gritos—. De hecho, estaba pensando en formar, en un futuro próximo, claro, una banda de rock. Algún día. ¿Te gustaría participar?

 

—¿A mí?

 

—Sí, a ti. ¿No me dijiste que sabías cantar y tocar la guitarra?

 

—Bueno, sí, pero yo más bien pensaba… —Tom se interrumpió. Creyó que ese no era el momento para ponerse a hablar con su amigo sobre sus proyectos de carrera a largo plazo, así que prefirió asentir antes que entrar en detalles—. Claro, ¿por qué no?

 

—¡Genial! —gritó Dan, dándole un golpe amistoso en el brazo a Tom mientras comenzaba a alejarse—. ¡Te veré mañana en el estreno, entonces!

 

Tom apenas tuvo tiempo de decir adiós. Sonriendo, observó a Dan correr hacia la caja para pagar por sus discos, y a sus asistentes, trotar tras de él para no perderlo de vista. Sin reparar mucho en ello, Tom esperó hasta que Dan hubo salido de la tienda para volver a concentrarse en los CD’s delante de él.

 

Y de igual manera, tampoco reparó en que aquel encuentro le había alegrado más el día, dejándole en el cuerpo una agradable sensación de calidez con la que el calor de Nueva York nada tenía que ver.

La madre de Tom, quien, él creía, era su más grande fan, fue quien lo acompañó en esa ocasión a la enorme ciudad de Nueva York, metrópoli que Tom conocía desde que tenía ocho años de edad. Pero en esa ocasión su estadía sería brevísima, pues justo estaba presentando sus exámenes finales del colegio, y éstos lo urgían a regresar el mismo día del estreno. Sólo disponía del par de horas que duraría la película y otro par más para departir en la fiesta.

 

Y fue cuando se percató de que él no era el único que se daba cuenta del cambio operado en el físico de Dan, porque, en ese estreno, a diferencia de los otros dos, las chicas (y hasta las mujeres mayores) parecieron volverse locas cuando Dan arribó a la alfombra roja del Radio City Music Hall. Claro que también Tom tuvo su dosis de muestras de amor y petición de autógrafos, pero nadie, ni siquiera la gritería provocada por Alan Rickman, se comparó al escándalo desatado por la presencia de Dan Radcliffe.

 

Bueno, y es que su apariencia distaba de ser desagradable. Usando el cabello tan alborotado como lo había hecho durante toda la película, Dan no se veía nada mal. Además, el traje oscuro a rayas con una camisa azul rey que hacía resaltar sus enormes ojos, completaba el cuadro y lograba que, al menos por una vez, Dan se viera mucho mayor de lo que realmente era, y además, luciera muy bien. Varonil, incluso, se atrevía a afirmar Tom. Después de todo, sus rasgos ya no eran los de un niño. No, un niño pequeño de catorce años no debería tener esa mandíbula cuadrada, ni mucho menos ese cuello ancho y…

 

Estaban a media película cuando Tom (como si le hubiera caído agua fría) se percató con un sobresalto de qué era lo que estaba pensando. Frunció el ceño mientras la sala ovacionaba el momento en que la cabeza de Draco Malfoy golpea contra una roca después de que Hermione le suelta un puñetazo. Las risas lo hicieron olvidarse de su anterior hilo de pensamiento, mientras analizaba, no sin un dejo de nostalgia, lo poco apreciado que era su personaje entre la gente.

 

“Vaya. Nadie quiere al chico malo”, pensó, sonriendo tristemente.

Durante la breve hora que pudo permanecer en la fiesta post show antes de salir a toda prisa rumbo al aeropuerto, Tom no se lo pasó nada mal, sobre todo porque pudo reencontrarse con Emma. Igual que con Dan, tenía casi medio año sin verla. La chica estaba preciosa, y Tom pasó un rato muy alegre a su lado hablando de tontería y media.

 

Y tal como él le había asegurado a Dan meses antes, ahora, gracias a la actitud simplemente amistosa de la chica, fue cuando Tom se dio cuenta de que no quedaba rastro de la anterior relación que había existido entre los dos. Había sido una cosa de chiquillos, y ahora era asunto del pasado. En ese momento y en adelante, Tom y Emma volvían a ser simples amigos y nada más.

 

Tom se descubrió que aquello no le molestaba, sino que, al contrario, lo hacía sentir incluso algo aliviado. Porque aunque era cierto que encontraba muy guapa a la chica, no tenía deseos de que alguna relación con ella lo distanciara de Dan.

Regresó a Inglaterra sin haber tenido tiempo de despedirse de nadie, pero, afortunadamente, el estreno en Londres tendría lugar la semana siguiente. Ahí, ya en casa y sin prisas por tener que tomar un avión, tendría tiempo de convivir con sus compañeros con mucha más propiedad.

 

En el lapso de esa semana presentó varios de sus exámenes con miras a obtener al fin el diploma que daría por finalizados sus estudios. Tenía planeado ingresar a la universidad a estudiar una carrera relacionada con la pesca profesional. Aunque eso  no era posible mientras estuviese representando a Draco Malfoy para las películas, por lo que, tal vez, tendría que esperar.

 

No obstante, la alegría con la que comenzó la semana no tardó en desvanecerse. Primero, uno de sus hermanos le contó que la gente estaba vendiendo sus autógrafos en internet. Sí… aquellos autógrafos que había dedicado con tanto cariño a las chicas que lo detuvieron en la alfombra roja de Nueva York.

 

Esa noticia lo hizo sentirse estúpidamente dolido, pues por un momento había creído que esas muchachas realmente se sentían atraídas por él. Pero todo no había sido más que un negocio. Apretando los dientes, se prometió no volver a dar un autógrafo en suelo estadounidense, aunque tanto él como su familia, sabían que en cuanto se le pasara lo humillado, volvería a ser el mismo de siempre.

 

Poco después, sin poder olvidar el asunto y justo un día antes de viajar a Londres para el estreno, se le ocurrió tontear por internet sólo para averiguar el precio con el que aquellas descaradas vendían sus autógrafos. Sabía que no tendría que hacerlo, que esa información sólo se lastimaría más, pero no pudo evitarlo. Buscó y revisó varias páginas, y al final, se puso a leer noticas relacionadas con el estreno en Nueva York.

 

Sonrió cuando leyó varias notas donde hablaban de lo locas que las fans se habían puesto por Dan y la manera en que sus gritos lo habían impresionado incluso a él.

 

“Claro, típico de Dan”, pensó Tom, sintiéndose orgulloso de su amigo por sobrellevar el éxito con tanta sencillez. Dan estaba tan inmerso en su mundo que no se daba cuenta de los estragos que producía a su alrededor.

 

Y entonces, justo cuando estaba por apagar la computadora, una nota llamó poderosamente la atención de Tom.

 

“Fotos de la Fiesta Post Show: Dan Radcliffe y Emma Watson bailando juntos.”

 

Una desagradable sensación de frialdad recorrió la piel de Tom, pero no se dio tiempo de pensar en ello. Dio clic a la nota y, en efecto, ahí estaban. Varias fotografías de Dan y Emma bailando muy pegados y muy divertidos, en la fiesta de la que Tom tuvo que salir temprano.

 

Tom se mordió una uña pensando en aquello. ¿Querría decir que ellos dos, ahora que él no… andaban juntos? No, no era posible. ¿O sí? Pero, ¿Dan no le había dicho que Emma no le gustaba para nada?

 

Sintiéndose invadido por un sentimiento de amargura mucho más inaguantable que el ocasionado por el asunto de los autógrafos, Tom continuó leyendo la nota. No había más fotos, pero se incluía mucha información donde varios de los presentes en la fiesta aseguraban que Dan y Emma no se habían despegado el uno del otro en toda la noche, y que, incluso, había habido un momento donde los dos habían desaparecido por un buen rato.

 

Apretando las  mandíbulas y sintiéndose traicionado por alguna razón, Tom apagó el monitor de su computadora y salió disparado de su cuarto.

 

Necesitaba aire fresco de inmediato.

Tuvo toda la noche y el viaje del día siguiente para analizar sus sentimientos, para intentar averiguar si realmente sentía algo por Emma, algo mucho más allá de encontrarla linda y simpática. Y después de pensarlo  mucho, llegó a una terrorífica conclusión.

 

No. No era Emma. Era Dan. Era el hecho de que ella estuviera con Dan lo que lo hacía sentirse así.

 

Lo supo porque la visualizó con cualquier otro —con Rupert, por ejemplo—, y no. No era la misma sensación de vacío y de humillación.

 

Y Tom quiso creer que era porque Dan le había asegurado que no, que Emma no llamaba su atención. ¿Qué había cambiado durante aquellos meses? ¿Era suficiente eso que había hecho Dan como para que Tom pudiera llamarlo traidor?

 

La parte racional de Tom le decía que no. Que después de todo, y a la edad de Dan, era demasiado común y comprensible cambiar de opinión. Si Emma le gustaba, y ella le correspondía y además, ya no estaba con Tom, ¿por qué no? ¿Y por qué Tom tenía que molestarse?

 

No era racional, pero su manera de sentir no concordaba con lo que su mente le dictaba. Y llegó un momento en que ese asunto lo estaba volviendo loco. No pudo soportarlo y lo consultó con su hermano Chris, quien lo acompañaba en el tren.

 

—Porque eso no se hace —fue lo que le respondió Chris cuando Tom le preguntó si él andaría con la ex de un amigo—. Es como el código no escrito de la amistad, ¿me entiendes? —añadió su hermano—. No se dice, ni se pide, pero simplemente, es algo que no se hace. Al menos, claro, que no sea tu amigo de verdad.

 

Y eso, sólo lo confundió más.

Para el estreno en Londres, Tom había elegido un traje y una camisa de color marfil. Su madre le aseguró que se le veía muy bien, que resaltaba sus ojos azules y su cabello castaño claro. Tom quiso creer que sí, sobre todo después de los acontecimientos sucedidos; su autoestima realmente necesitaba un buen empujón cuesta arriba.

 

Al llegar al teatro donde se proyectaría la película, Tom hizo su entrada triunfal por la alfombra roja, y una vez dentro, tuvo que esperar —como todos los demás no-estelares— a que los actores principales se fotografiaran con el director, el productor, la autora de los libros y todos aquellos VIPs de siempre.

 

Ése era un detalle que a Tom nunca le había molestado —pues era muy consciente de su papel como secundario y estaba muy agradecido por él—, pero, en esa ocasión, encontró el asunto molesto e interminable.

 

Sus ojos no se despegaban de la mano varonil en la que Emma tenía depositada la suya: La mano de Dan.

 

Las sonrisas y toqueteos que ambos se dedicaban sin parar y que tenían vuelta loca a la prensa, fue, para Tom, una pesadilla vuelta realidad.

Sabiendo que era una idiotez estar molesto con Dan por eso, Tom estuvo toda la fiesta post show evitándolo. Y no era como si le hubiera costado demasiado trabajo. Dan ya lo hacía bastante bien por él solo, pues se pasó toda la tarde tonteando, bailando y bebiendo sólo con Emma.

 

Muy tarde ya, dio la casualidad que Tom y él se encontraron en el baño.

 

Cuando Tom entró, se topó de frente con la pequeña silueta de Dan, quien, de espaldas a él y vistiendo solamente su fina camisa blanca con sus pantalones negros (ya que en un punto de la fiesta se había quitado su bonita chaqueta a juego), se estaba lavando las manos.

 

Tom suspiró. Sabía que el encuentro era inevitable, porque, después de todo, ellos dos trabajaban juntos. Tom caminó hasta los lavamanos y saludó, poniendo la mejor cara que pudo.

 

—Oye, Dan. ¿Qué tal? —dijo mientras se inclinaba para también lavarse las manos. Dan lo miró y sus ojos brillaron.

 

Y el corazón de Tom se contrajo en un doloroso y angustiante retortijón.

 

Sin dejar de sonreír, Tom bajó la mirada. No entendía por qué los ojos del chico llamaban tanto su atención. Era cierto que eran de un azul muy singular y bonito, pero, ¿cuánta gente no existía con ojos así?

 

—¡Tom! ¡Hola! Bonito traje —le dijo el chico sonriendo mucho.

 

—Gracias. El tuyo también.

 

—¿Te acuerdas de los discos que compré en Nueva York? —le preguntó Dan mientras se sacudía las manos y procedía a secárselas.

 

Tom asintió, aún con la sonrisa más puesta. No sabía por qué, pero ahora que Dan lo mencionaba, Tom no había hecho más que pensar una y otra vez en ese par de días vividos en Nueva York. Y eso era bastante vergonzoso de reconocer, incluso por él mismo.

 

—Bueno, ¡pues son geniales! Los traigo todos en mi iPod y no me canso de escucharlos. ¿Sabes qué? No gastes tu dinero comprándolos. Te los voy a mandar por mail.

 

Tom se incorporó mientras buscaba una toalla de papel para secarse.

 

—¿Se puede hacer eso? —preguntó.

 

Dan abrió la boca durante un momento, torciendo sus rojos y delgados labios en una curiosa expresión de desconcierto. Tom, por primera vez en toda esa tarde, sonrió con sinceridad. Podía pasar horas viendo los diferentes gestos que hacía el chico y estaba seguro de que no se aburriría de ello.

 

—Dios, no lo sé… ¡Pero lo investigaré! —aseguró Dan, volviendo a sonreír—. Revisa tu correo en un par de días. Si logro hacerlo, te los enviaré de inmediato. ¡Te encantarán! —agregó mientras se dirigía a la puerta de salida—. ¡Adiós, Tom!

 

Tom se quedó minutos completos mirando el sitio por donde había salido el chico.

 

—Adiós, Dan —dijo al fin.

 

Salió a buscar a Chris. Quería irse de inmediato de ahí.

Era una suerte que aún faltaran un par de meses para comenzar la filmación de la cuarta película. Una suerte, porque así, Tom pudo concentrarse en otras cosas (sus exámenes, la creación de su Club Oficial de Fans, sus planes para el futuro, e, incluso, en salir un par de veces con una compañera muy guapa de su escuela y en quien nunca antes se había fijado).

 

Y cuando Dan por fin consiguió enviarle las canciones de Razorlight y de un montón de bandas más, Tom las usó como escudo contra la depresión que a veces lo asoló durante aquella espera.

 

Después de todo, no era fácil que afuera el verano luciera con todo su esplendor y él tuviera que estar adentro de casa estudiando. No era fácil sobrellevar la pérdida de su caña de pescar favorita, la cual le habían robado un mes atrás. Y mucho menos era sencillo enterrar la desagradable sensación de traición que, por más irracional e ilógica que fuera, existía en su corazón.

 

Había cogido la costumbre de ir a la cochera de su casa y encerrarse en el BMW negro que se había comprado un par de meses atrás y el cual, todavía no podía conducir. Esperaba pacientemente a cumplir los diecisiete en septiembre, y entonces, poder obtener su licencia de manejar. Mientras tanto, era reconfortante para él subirse al auto, encenderlo y sentir el poderoso y vibrante motor rugir en espera de poder arrancar.

 

Y luego, cuando se cansaba de eso, apagaba el motor e introducía en el reproductor de música, el CD que se había grabado con las canciones que Dan le había enviado. Entonces, con aquella música a todo volumen, Tom apoyaba la cabeza sobre el volante y cerraba los ojos, dejándose llevar por la imaginación y las extrañas visiones que aquella música le inspiraban. No conocía la casa de Dan, pero podía imaginarse un cuarto cualquiera, tal vez lleno de instrumentos musicales, libros y discos, y a su amigo de piel blanca y cabello café y alborotado, ahí dentro, escuchando (tal vez en ese mismo momento), la misma canción que él.

 

Tom se sentía tonto, pero aún así, suspiraba y sonreía, dándose cuenta de que la música de Dan era su patronus personal.

 

No quería ni imaginarse qué querría decir eso, y se alegraba eternamente de que los pensamientos no podían ser leídos por nadie más.

Un día de julio, pasó frente a la televisión que su madre estaba mirando, y la imagen de Dan llamó poderosamente su atención. Era una de las tantas entrevistas que les hacían a los protagonistas, fruto del furor causado por el estreno de la tercera película.

 

—Si en verdad estudiaras en Hogwarts —le preguntaba la entrevistadora—, ¿en cuál casa estarías?

 

Dan soltó un largo gemido antes de responder, apretando los ojos y haciendo un gesto, por lo demás, gracioso. Arrancando una enorme sonrisa en Tom.

 

—Una vez hice un test de ésos que están por internet, ¿los has visto, no? —La entrevistadora asintió con un gesto de la cabeza, aunque Tom dudaba seriamente de que dijera la verdad. Eso lo hizo sonreír más. Dan estaba en todo, y siempre creía que la gente también—. ¡Bueno, pues lo hice, y resulta que me puso que yo era de Slytherin! —Se rió con duda—, ¿puedes creerlo?

 

La entrevistadora también se rió.

 

—Bueno, pues me parece que esta vez el sombrero seleccionador no tuvo oportunidad de preguntarte si querías cambio de casa o no.

 

—Sí, sí, tienes razón —reconoció Dan con un simpático gesto de resignación.

 

—Tom Felton dice que él también estaría en Slytherin —mencionó la mujer, y Tom se sobresaltó un poco al escuchar su nombre. Era verdad que alguna vez había mencionado eso en alguna entrevista anterior, y le sorprendió de manera agradable que la entrevistadora lo pudiera recordar.

 

Dan sonrió casi maliciosamente antes de responder.

 

—Sí, no lo dudo. A Tom le agrada mucho la idea de ser un chico malo de Slyhterin, como puedes ver.

 

—Pero él dice que en la vida real es mucho más amable que Draco Malfoy —agregó la mujer.

 

—Sí, así es —dijo Dan con rapidez. Parecía mirar un punto indeterminado en el estudio de televisión mientras hablaba, y Tom se sintió sonrojarse al darse cuenta de que le agradaba que Dan estuviese hablando y pensando en él—. Tom… este Tom es un chico realmente muy, muy guay.

 

La mamá de Tom soltó una risita y se giró hacia él, pero fue tarde. Tom ya no estaba ahí. Había huido a toda velocidad hacia su cuarto, incapaz de escuchar más. Incapaz de explicarle a su mamá por qué estaba abochornado y sonrojado. Incapaz de descubrir por qué —siempre— lo que Dan pensara u opinara de él le importaba tanto.

 

Miró su libro de matemáticas en la mesita de su cuarto y se dejó caer sobre la cama, resistiéndose a tomarlo.

 

Tenía una cosa agradable y cosquilleante recorriéndole el pecho. Era una sensación bonita, y no quería arruinarla poniéndose a estudiar. Así que, en vez de eso, se quedó pensando en Dan y en la posibilidad de formar algún día, juntos, una banda de rock. Sonriendo enormemente al recordar las palabras del chico cuando se refería a él. “Cree que soy guay”, pensaba y sonreía más.

 

El libro de matemáticas quedó olvidado durante horas y horas. Al final, Tom se levantó y corrió a su BMW. Necesitaba escuchar las canciones que, tal vez, también estaría oyendo su amigo Dan en su casa o con su iPod si andaba por ahí.

 

Lo bueno era que ese tipo de abruptas necesidades eran fáciles de explicarse ante él mismo y ante los demás. Si alguien preguntaba por qué la urgencia de encerrarse a escuchar a Razorlight, para Tom era fácil responder: Es amor a la música y pasión por las buenas bandas.

 

Y nada más.

 

 

 

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